miércoles, 30 de julio de 2014

Evolución (B. Ll.)

"Hay tres fases: escuchar música, hacer música y hacer escuchar música. La primera la

cumplimos todos, la segunda solo los instrumentistas pueden y hay que tener cuidado 

con aburrir o crispar los nervios de la audiencia. Pero la tercera..."

"Lo sé, lo sé. Es mágico, impresionante. La gente se olvida de su timidez, solo piensa 

en lo bien que se lo está pasando y en lo que está haciendo." Pensó en su amigo 

quien le había explicado con tanto entusiasmo su forma de ver la música. Y estaba 

de acuerdo. ¿Cuántas veces había cantado todas las canciones que conocía en 

campamentos? Pero ahora no era el momento, no podía hacerlo...

-Claro que puedes hacerlo. Es más, vas a hacerlo. En cuanto empieces no vas a parar.

-¿Por qué? No era este el propósito de la reunión de hoy-. Se quejó con la esperanza 

de que su maestro dejase de ejercer el papel de amigo y volviera a su severidad 

habitual.

Inútil. Reunió a todos los integrantes de aquel grupo de frikis que para su fortuna eran 

todos los amigos que tenía. Al menos así sería menos vergonzoso, algunos ya le 

habían visto hacerlo. Todos le miraban interesados pero solo ella le susurraba con la 

mirada. Sus ojos oscuros le decían que se tranquilizase, que fuera lo que fuera lo que 

pasaba ella estaba preparada para defenderla. Le decían que siguiese adelante, que 

había nacido para esto. Esos ojos le sonreían con la dentadura más bonita que había 

visto nunca, la amistad fiel.

Dirigió un momento la vista a su maestro y una vez más se sintió evaluada, supervisada 

y querida. Confusa más que nada por la cantidad de papeles que representaba un solo 

hombre. Pensó en lo que quería que cada papel sintiera por ella: éxito de enseñanza, 

orgullo de padre y amor de amigo. Pensó que seguiría estando vigilada durante todo 

el proceso porque era un hombre maduro y no se dejará cegar por los sentimientos. O 

quizá eso era lo que él creía. Pensó que nadie se resistía a la envoltura de la música.

Comenzó con unos acordes que presentaban el ritmo y en algunos casos daba lugar 

al "ahhh" que indicaba que alguien conocía la canción. Pero no era este el caso. Era 

su canción, la que le animaba en todo momento. Cerró los ojos y se dejó llevar por 

aquellos simples acordes.

I know a man with nothing in his hands, nothing but a rolling stone.

Continuó con aquella canción que relataba la vida de algunas personas desgraciadas, 

esta vez, mirándoles a todos. Tenía a su público, le estaban escuchando. Estaban 

escuchando el gran consejo de la vida. Ella estaba diciendo lo que tenían que decirle a 

ella. 

Su amiga le sonreía, probablemente estaba comprendiendo la ironía de la situación. 

Los demás transparentaban en sus rostros sus pensamientos más fuertes. Algunos casi 

abrían los brazos para expresar la grandeza del sentimiento, otros pedían a gritos que 

alguien les sostuviese los ojos de la sorpresa. Muchos estaban sumidos en la historia 

y anotaban el mensaje principal. Pero muy pocos llegaban suficientemente profundo 

como para captar las lágrimas que su corazón precipitaba sobre cada palabra. Era su 

despedida, su homenaje a alguien que había hecho posible que su alma fuese capaz 

de hablar más con la música que con la voz. Era un agradecimiento a esa amiga que le 

había seguido allá a donde iba y que le abrazaba con la mirada. Era un eterno abrazo 

para su maestro quien le había guiado en cada camino que había querido tomar, le 

había protegido como un padre y apoyado como un amigo.

-¿Eras tú quien tocaba, mamá? Te encanta esa canción.

No pude evitar sonreír, el más pequeño sabía tanto de música como sus hermanos pero 

era especialista en sacar el significado de cada canción. El pequeño sabía por qué me 

encanta esa canción, qué siento con ella y qué digo cuando la canto, aunque nunca 

le había hablado del amigo que perdí aquella noche, ni de la amiga que ahora era su 

misma madrina, ni del maestro que hacía las veces de abuelo y, como él lo veía, "amigo 

culto de mamá".

Recordé cuando solía cantar en los viajes de seis horas a Asturias junto con mi familia 

a los Beatles, Café Quijano, Victor Manuel y otros gustos de mis padres. En un minuto 

visualicé mi experiencia con la música: mi primer piano, mi primera gran obra, mi 

primera guitarra, mi primera canción a capella... Y la de mis hijos. Les había enseñado 

todo lo que me había llevado tantos años descubrir. Entonces decidí reunirles.

Aquella era una reunión como tantas otras, yo empezaba a tocar y ellos me seguían o 

simplemente me escuchaban y dejaban que la música atravesase más capas que las 

que atravesaba a una persona normal. No tenía nada más que enseñarles. Conocían 

los éxitos, los grupos y las canciones más desconocidas de los últimos cien años. 

Apreciaban tanto el más nuevo artista como las mejores sonatas de Mozart. Moral y 

sentimentalmente habían llegado a una madurez totalmente extraña a su edad. Como 

pasó con sus padres, no encontrarán a la persona adecuada hasta que la amen como 

aman la música. A partir de ahora tenían que experimentar ellos solos y empezar a 

comprender la tormenta de emociones.

-Musicalmente, sabéis mucho más que mucha gente y eso os hace poderosos en 

el mundo de la música. Emocionalmente, van a haber muy pocas sensaciones que 

no sepáis descifrar. Habéis conocido un amor que pocas parejas sienten. La música 

ha sido hasta ahora vuestra vida, vuestra conversación y vuestra amiga. Vuestra 

imaginación vuela mil veces más libremente que la mía a vuestra edad. Todo se os 

ha dado, no conocéis un mundo sin música y vuestro talento es tan natural que nunca 

habeis conocido la frustración al ver que una obra no os sale. 

Los niños, tan bien educados como siempre, escuchaban atentamente, idolatrándonos 

y tomando nota de cada divina palabra que salía de mi boca. Su padre sonreía, siempre 

decía que los chicos me escuchaban porque ordenaba las palabras cuidadosamente 

sin dejar disonancia alguna sonar, lo que era música para los oídos de los pequeños 

prodigios. Pero la verdad es que yo era la gramática y él el estilo. Desde que nos 

conocimos me había dado aquella charla entusiasta e improvisada de cómo veía la 

música. 

-Tú madre y yo fuimos como vosotros de jóvenes, inteligentes, atrevidos y entusiastas 

pero nosotros no tuvimos unos padres tan amantes de la música como vosotros. 

Nosotros tuvimos que trabajar para aprender a tocar nuestro instrumento, aprender toda 

la teoría y buscar a los compositores que llegan a una perfección mozartiana. Sabemos 

lo que es que todo salga fácil y que todo el mundo se maraville ante ti. 

-Pero llegará un día, no dentro de mucho para ti- dije dirigiéndome al mayor- en el 

que querrás hacer algo diferente que exija tu esfuerzo. Y entonces, lo pasaréis tanto 

bien como mal. Sufriréis en los malos momentos porque algo no os sale, y lloraréis de 

alegría cuando esté completo, pulido y limpio. Entonces os sentiréis llenos, ganadores y 

terriblemente felices. 

-Sabéis antes que nadie cual va a ser el latido del corazón que os indique que habéis 

encontrado a la persona de vuestra vida. Perdón por el spolier. Pero cuando sintáis ese 

momento de éxito personal se abrirá una válvula en vuestro interior, metafóricamente 

hablando, que hará que toda la música que escuchéis llegue tan dentro de vosotros que 

podréis sentir su paso por cada órgano y no habrá nada ni nadie que os pare los pies.

-Estáis preparados. Revolucionad la música y la vida.

Abrimos la puerta principal y dejamos que nuestros hijos saliesen a un mundo nuevo, 

igual de abarrotado que cada mañana pero, esta vez, salían desprotegidos

paterno, con una maleta a rastras y ningún hogar al que volver.


Begoña Llorente