"Hay tres fases: escuchar música, hacer música y hacer escuchar música. La primera la
cumplimos todos, la segunda solo los instrumentistas pueden y hay que tener cuidado
con aburrir o crispar los nervios de la audiencia. Pero la tercera..."
"Lo sé, lo sé. Es mágico, impresionante. La gente se olvida de su timidez, solo piensa
en lo bien que se lo está pasando y en lo que está haciendo." Pensó en su amigo
quien le había explicado con tanto entusiasmo su forma de ver la música. Y estaba
de acuerdo. ¿Cuántas veces había cantado todas las canciones que conocía en
campamentos? Pero ahora no era el momento, no podía hacerlo...
-Claro que puedes hacerlo. Es más, vas a hacerlo. En cuanto empieces no vas a parar.
-¿Por qué? No era este el propósito de la reunión de hoy-. Se quejó con la esperanza
de que su maestro dejase de ejercer el papel de amigo y volviera a su severidad
habitual.
Inútil. Reunió a todos los integrantes de aquel grupo de frikis que para su fortuna eran
todos los amigos que tenía. Al menos así sería menos vergonzoso, algunos ya le
habían visto hacerlo. Todos le miraban interesados pero solo ella le susurraba con la
mirada. Sus ojos oscuros le decían que se tranquilizase, que fuera lo que fuera lo que
pasaba ella estaba preparada para defenderla. Le decían que siguiese adelante, que
había nacido para esto. Esos ojos le sonreían con la dentadura más bonita que había
visto nunca, la amistad fiel.
Dirigió un momento la vista a su maestro y una vez más se sintió evaluada, supervisada
y querida. Confusa más que nada por la cantidad de papeles que representaba un solo
hombre. Pensó en lo que quería que cada papel sintiera por ella: éxito de enseñanza,
orgullo de padre y amor de amigo. Pensó que seguiría estando vigilada durante todo
el proceso porque era un hombre maduro y no se dejará cegar por los sentimientos. O
quizá eso era lo que él creía. Pensó que nadie se resistía a la envoltura de la música.
Comenzó con unos acordes que presentaban el ritmo y en algunos casos daba lugar
al "ahhh" que indicaba que alguien conocía la canción. Pero no era este el caso. Era
su canción, la que le animaba en todo momento. Cerró los ojos y se dejó llevar por
aquellos simples acordes.
I know a man with nothing in his hands, nothing but a rolling stone.
Continuó con aquella canción que relataba la vida de algunas personas desgraciadas,
esta vez, mirándoles a todos. Tenía a su público, le estaban escuchando. Estaban
escuchando el gran consejo de la vida. Ella estaba diciendo lo que tenían que decirle a
ella.
Su amiga le sonreía, probablemente estaba comprendiendo la ironía de la situación.
Los demás transparentaban en sus rostros sus pensamientos más fuertes. Algunos casi
abrían los brazos para expresar la grandeza del sentimiento, otros pedían a gritos que
alguien les sostuviese los ojos de la sorpresa. Muchos estaban sumidos en la historia
y anotaban el mensaje principal. Pero muy pocos llegaban suficientemente profundo
como para captar las lágrimas que su corazón precipitaba sobre cada palabra. Era su
despedida, su homenaje a alguien que había hecho posible que su alma fuese capaz
de hablar más con la música que con la voz. Era un agradecimiento a esa amiga que le
había seguido allá a donde iba y que le abrazaba con la mirada. Era un eterno abrazo
para su maestro quien le había guiado en cada camino que había querido tomar, le
había protegido como un padre y apoyado como un amigo.
-¿Eras tú quien tocaba, mamá? Te encanta esa canción.
No pude evitar sonreír, el más pequeño sabía tanto de música como sus hermanos pero
era especialista en sacar el significado de cada canción. El pequeño sabía por qué me
encanta esa canción, qué siento con ella y qué digo cuando la canto, aunque nunca
le había hablado del amigo que perdí aquella noche, ni de la amiga que ahora era su
misma madrina, ni del maestro que hacía las veces de abuelo y, como él lo veía, "amigo
culto de mamá".
Recordé cuando solía cantar en los viajes de seis horas a Asturias junto con mi familia
a los Beatles, Café Quijano, Victor Manuel y otros gustos de mis padres. En un minuto
visualicé mi experiencia con la música: mi primer piano, mi primera gran obra, mi
primera guitarra, mi primera canción a capella... Y la de mis hijos. Les había enseñado
todo lo que me había llevado tantos años descubrir. Entonces decidí reunirles.
Aquella era una reunión como tantas otras, yo empezaba a tocar y ellos me seguían o
simplemente me escuchaban y dejaban que la música atravesase más capas que las
que atravesaba a una persona normal. No tenía nada más que enseñarles. Conocían
los éxitos, los grupos y las canciones más desconocidas de los últimos cien años.
Apreciaban tanto el más nuevo artista como las mejores sonatas de Mozart. Moral y
sentimentalmente habían llegado a una madurez totalmente extraña a su edad. Como
pasó con sus padres, no encontrarán a la persona adecuada hasta que la amen como
aman la música. A partir de ahora tenían que experimentar ellos solos y empezar a
comprender la tormenta de emociones.
-Musicalmente, sabéis mucho más que mucha gente y eso os hace poderosos en
el mundo de la música. Emocionalmente, van a haber muy pocas sensaciones que
no sepáis descifrar. Habéis conocido un amor que pocas parejas sienten. La música
ha sido hasta ahora vuestra vida, vuestra conversación y vuestra amiga. Vuestra
imaginación vuela mil veces más libremente que la mía a vuestra edad. Todo se os
ha dado, no conocéis un mundo sin música y vuestro talento es tan natural que nunca
habeis conocido la frustración al ver que una obra no os sale.
Los niños, tan bien educados como siempre, escuchaban atentamente, idolatrándonos
y tomando nota de cada divina palabra que salía de mi boca. Su padre sonreía, siempre
decía que los chicos me escuchaban porque ordenaba las palabras cuidadosamente
sin dejar disonancia alguna sonar, lo que era música para los oídos de los pequeños
prodigios. Pero la verdad es que yo era la gramática y él el estilo. Desde que nos
conocimos me había dado aquella charla entusiasta e improvisada de cómo veía la
música.
-Tú madre y yo fuimos como vosotros de jóvenes, inteligentes, atrevidos y entusiastas
pero nosotros no tuvimos unos padres tan amantes de la música como vosotros.
Nosotros tuvimos que trabajar para aprender a tocar nuestro instrumento, aprender toda
la teoría y buscar a los compositores que llegan a una perfección mozartiana. Sabemos
lo que es que todo salga fácil y que todo el mundo se maraville ante ti.
-Pero llegará un día, no dentro de mucho para ti- dije dirigiéndome al mayor- en el
que querrás hacer algo diferente que exija tu esfuerzo. Y entonces, lo pasaréis tanto
bien como mal. Sufriréis en los malos momentos porque algo no os sale, y lloraréis de
alegría cuando esté completo, pulido y limpio. Entonces os sentiréis llenos, ganadores y
terriblemente felices.
-Sabéis antes que nadie cual va a ser el latido del corazón que os indique que habéis
encontrado a la persona de vuestra vida. Perdón por el spolier. Pero cuando sintáis ese
momento de éxito personal se abrirá una válvula en vuestro interior, metafóricamente
hablando, que hará que toda la música que escuchéis llegue tan dentro de vosotros que
podréis sentir su paso por cada órgano y no habrá nada ni nadie que os pare los pies.
-Estáis preparados. Revolucionad la música y la vida.
Abrimos la puerta principal y dejamos que nuestros hijos saliesen a un mundo nuevo,
igual de abarrotado que cada mañana pero, esta vez, salían desprotegidos
paterno, con una maleta a rastras y ningún hogar al que volver.
Begoña Llorente
Begoña Llorente