martes, 7 de enero de 2014

Doce campanadas

Apuró el paso al escuchar las doce campanadas y empezó a temblar. Su paso se hizo cada vez más vivo. Empezó a mirar constantemente hacia los lados y hacia atrás, como si alguien le persiguiera. Su respiración era cada vez más agitada y sentía como los temblores subían desde sus manos y se volvían más intensos. De pronto sintió un fuerte calor en las entrañas y comenzó a sudar copiosamente. Comenzó a correr sintiendo cada vez más miedo. El calor subió desde su vientre hasta su cabeza. Corría cada vez más rápido. Sentía la sangre bombeando en sus sienes. Sentía como la angustia le dominaba y sintió un pánico que le impedía pensar. Sólo podía correr.
Tropezó y cayó al suelo cuando sonó la última campanada. La duodécima. Permaneció en el suelo temblando hasta que logró calmarse. Luego se sentó y se pasó la mano por la cara y se frotó los ojos para despejarse. Mientras se levantaba decidió tomarse dos tranquilizantes esa noche antes de dormir, y también pedir hora al día siguiente con el siquiatra.

Seguía sin superar el síndrome de cenicienta.


JL Llorente

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