lunes, 25 de febrero de 2013

Contra-cuento 1.1: Mi partida de ajedrez

Si lo que os narro hubiera pasado hace más de doscientos años, es decir allá por el siglo XX, pensaría que “El Señor” se habría olvidado de llevarme al permitirme seguir viviendo a los 94 años. Pero no: estamos en el año 2310, y hace ya muchas décadas que una corriente díscola (es decir, más díscola) de los extintos Jesuitas conocida como los “Efficientistty”, abrieron los ojos al mundo demostrando con pruebas irrefutables que Dios no sólo “no podía” existir, sino que “no debía” existir, pues alguien que gestionase tan penosamente su propia creación no merecería ostentar la dignidad que por otra parte él mismo se había atribuido.
Una vez aclarado que mi permanencia en este mundo  obedece a motivos exclusivamente biológicos, intentaré hacer balance de estos 94 años que llevo disputando mi particular partida en el ajedrez de la vida.
Mi contrincante - la Muerte-  y yo, comenzamos el juego el 3 de Abril de 2216 cuando se produjo mi entrada estelar en el mundo, es decir, el día de mi nacimiento.
Yo evidentemente jugaba con negras, por lo que tras arrancarse Ella en su primer movimiento con la apertura Española, me pasé bastante tiempo sin mover  ficha (al fin y al cabo la más atareada era Ella que tenía muchas simultáneas abiertas). ¡Qué maravilla! Los años que duró la apertura fueron felices, despreocupados, sencillos: sólo había que realizar los movimientos por ambos conocidos, sin pensar. Y así pasó mi infancia, mi juventud y parte de mi madurez.
El primer golpe lo recibí allá por el año 2276, cuando perdí mi primera pieza: un peón del flanco de dama. La traducción de esta linda metáfora es que me detectaron un bulto en el testículo derecho (es decir, el del flaco de dama). Éste acabó debidamente microtomizado bajo un microscopio de la sala de Anatomía Patológica del hospital, donde confirmaron que se trataba de un tumor maligno, y yo acabé un poco desequilibrado.
Ésta pérdida no sólo afectó emocionalmente a mi hombría sino también físicamente, pues al ser menor el peso del hemicuerpo carente de teste, quedé efectivamente desequilibrado, lo cual derivó en una leve cojera que me acompaña desde entonces.  
La pérdida de ese peón (me abstendré de la rima fácil), me hizo empezar a reflexionar seriamente sobre la partida, a la que hasta este momento, como ya he dicho, no le había dedicado prácticamente ninguna atención.
El tiempo dulce de la apertura donde se responde mecánicamente ya se había terminado, a partir de ahora habría que emplearse a fondo. Comprendí  tras la perdida de mi primera pieza que empezaría inexorablemente el declive. Todo iba a ser cada vez más difícil en esta historia-partida con un desenlace por otra parte conocido de antemano. Así que sólo me quedaba aguantar, defendiendo mi posición y poniéndoselo difícil a mi rival.
Las cosas no iban bien: perdí un alfil y otro peón quedando en una situación muy comprometida. Este fue el desencadenante de mi decadencia sensorial y mental  (eso que los expertos llaman la muerte volitiva e intelectual). Ya no tenía ganas de luchar contra Ella, en realidad ¿para qué, si era imbatible?
Pero el golpe final me fue asestado cuando tras intercambiar torres perdí un caballo ¿cómo había llegado aquí? Casi sin darme cuenta estaba en una situación de extrema debilidad. Junto con este caballo se fue mi memoria, hasta el punto de no reconocer a mis seres más queridos.
Un día, sacando de lo más profundo de mi mente un último fogonazo de consciencia ,tuve, por un instante, un postrero pensamiento racional: ¿acaso no ha llegado ya la hora del jaque mate? Durante ese brevísimo instante en que mi último pensamiento coherente iluminó de manera fugaz mi maltrecho cerebro esbocé una sutil sonrisa.
Y como respondiendo a mi pensamiento no verbalizado, o más bien a ese efímero gesto de mis labios, uno de aquellos “desconocidos” que me rodeaban e incluso parecían disfrutar con mi presencia dijo: 
“ÉL YA NO SABE QUIENES SOMOS, PERO LE SEGUIREMOS QUERIENDO PORQUE NOSOTROS SÍ SABEMOS QUIÉN FUE ÉL”

S. Llorente

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