Una vez aclarado que mi permanencia en este
mundo obedece a motivos exclusivamente
biológicos, intentaré hacer balance de estos 94 años que llevo disputando mi
particular partida en el ajedrez de la vida.
Mi contrincante - la Muerte- y yo, comenzamos el juego el 3 de Abril de
2216 cuando se produjo mi entrada estelar en el mundo, es decir, el día de mi
nacimiento.
Yo evidentemente jugaba con negras, por lo que
tras arrancarse Ella en su primer movimiento con la apertura Española, me pasé
bastante tiempo sin mover ficha (al fin
y al cabo la más atareada era Ella que tenía muchas simultáneas abiertas). ¡Qué
maravilla! Los años que duró la apertura fueron felices, despreocupados,
sencillos: sólo había que realizar los movimientos por ambos conocidos, sin
pensar. Y así pasó mi infancia, mi juventud y parte de mi madurez.
El primer golpe lo recibí allá por el año
2276, cuando perdí mi primera pieza: un peón del flanco de dama. La traducción
de esta linda metáfora es que me detectaron un bulto en el testículo derecho
(es decir, el del flaco de dama). Éste acabó debidamente microtomizado bajo un
microscopio de la sala de Anatomía Patológica del hospital, donde confirmaron
que se trataba de un tumor maligno, y yo acabé un poco desequilibrado.
Ésta pérdida no sólo afectó emocionalmente a
mi hombría sino también físicamente, pues al ser menor el peso del hemicuerpo
carente de teste, quedé efectivamente desequilibrado, lo cual derivó en una
leve cojera que me acompaña desde entonces.
La pérdida de ese peón (me abstendré de la
rima fácil), me hizo empezar a reflexionar seriamente sobre la partida, a la
que hasta este momento, como ya he dicho, no le había dedicado prácticamente
ninguna atención.
El tiempo dulce de la apertura donde se
responde mecánicamente ya se había terminado, a partir de ahora habría que
emplearse a fondo. Comprendí tras la
perdida de mi primera pieza que empezaría inexorablemente el declive. Todo iba
a ser cada vez más difícil en esta historia-partida con un desenlace por otra
parte conocido de antemano. Así que sólo me quedaba aguantar, defendiendo mi
posición y poniéndoselo difícil a mi rival.
Las cosas no iban bien: perdí un alfil y otro
peón quedando en una situación muy comprometida. Este fue el desencadenante de
mi decadencia sensorial y mental (eso
que los expertos llaman la muerte volitiva e intelectual). Ya no tenía ganas de
luchar contra Ella, en realidad ¿para qué, si era imbatible?
Pero el golpe final me fue asestado cuando
tras intercambiar torres perdí un caballo ¿cómo había llegado aquí? Casi sin
darme cuenta estaba en una situación de extrema debilidad. Junto con este
caballo se fue mi memoria, hasta el punto de no reconocer a mis seres más
queridos.
Un día, sacando de lo más profundo de mi mente
un último fogonazo de consciencia ,tuve, por un instante, un postrero
pensamiento racional: ¿acaso no ha llegado ya la hora del jaque mate? Durante
ese brevísimo instante en que mi último pensamiento coherente iluminó de manera
fugaz mi maltrecho cerebro esbocé una sutil sonrisa.
Y como respondiendo a mi pensamiento no
verbalizado, o más bien a ese efímero gesto de mis labios, uno de aquellos
“desconocidos” que me rodeaban e incluso parecían disfrutar con mi presencia
dijo:
“ÉL YA NO SABE QUIENES SOMOS, PERO LE
SEGUIREMOS QUERIENDO PORQUE NOSOTROS SÍ SABEMOS QUIÉN FUE ÉL”
S. Llorente
S. Llorente
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