¿Qué pasa cuando alguien se siente triste?
Pues sólo pueden pasar dos cosas. O bien, se refugia en su
tristeza, aumentándola, y refugiándose en ella. La disimula y la esconde; en
cierto modo, la acorrala y escapa de su influencia.
O bien, la expresa y la expande, lucha contra ella. Se
rebela y la sufre. La tristeza es una mala bestia difícil de combatir y sus
colmillos son muy afilados.
Juan escogió la segunda opción. No viene al caso el origen
del problema de su tristeza, ni tampoco el proceso o el razonamiento que
condujo a su decisión.
Pero la segunda opción le permitió combatir su tristeza,
aunque no sin esfuerzo.
Al principio, la tristeza le quitaba su vida. No era capaz
de evitarla, ni de luchar contra ella. Para luchar con este mal demonio triste,
Juan se inventó su propio ángel. Pero Juan tenía una capacidad limitada, y su ángel
resultó tan imperfecto como él mismo.
El pobre Juan se sintió tan inútil como demiurgo, como se
sentía como simple persona. Y su ángel ya había caído, por los propios errores
en su definición. Las esperanzas se acababan.
La situación iba empeorando, porque el mal diablo de la
tristeza volvía todos los días, y cada vez con más fuerza. Y Juan perdía, al
mismo tiempo, las suyas. En seguida, envejeció. Y después, murió.
Quizás, si Juan hubiese escogido la primera opción, hubiese
vivido más, soportándose a sí mismo y a su existencia. Quizás se hubiese relajado
escondido en su refugio y soportado muchos años la tristeza.
Pero siempre mantuvo la ilusión de que su ángel le rescatara
alguna vez, incluso después de su muerte.
Y de algún modo, Juan sigue vivo, mientras mantenga esa ilusión y siga habiendo la posibilidad de que su ángel le rescate.
Cada uno que piense lo que quiera, pero yo aún creo en los ángeles; en los ángeles humanos. Y además aborrezco la tristeza.
JL Llorente
JL Llorente
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