Estación de náufragos
La campana de la estación de náufragos tañó con fuerza, y los
trece remeros y el patrón salimos del cobertizo en el que nos acogíamos del
temporal, unos dormidos y otros no, y nos subimos prestos a la trainera.
A la salida de la bocana las olas entraban con fuerza y
algunas eran de más de dos brazas, e incluso hacían rodillo, pero nuestro patrón
manejaba la caña con fuerza y consiguió pasar la zona de rompiente sin perder
el rumbo.
Después seguimos virando a estribor, poco a poco, y alejándonos
de la costa y la rompiente. Como yo iba en la amura de babor, mi banda era la
que más se mojaba, y también la tenía que trabajar más para hacer la maniobra.
Cuando llegamos frente a la roca llamada Piedra Chica, justo
al norte del cabo, vimos la chalana que había volcado y también al marinero que
estaba aferrado a ella.
Pedro, mi compañero de la amura de babor, y el mejor
nadador, se lanzó al agua tras hacer la ciaboga, y mientras los demás ciábamos
para parar la trainera lo más cerca posible de la chalana.
Entonces el patrón me pidió que ayudara a mi compañero Pedro.
Como primer remero de mi banda, me correspondía. Pero hacía tiempo que no me
tocaba lanzarme al agua. Eché una mirada a la mar que teníamos de popa, que
seguía subiendo, y cada vez tenía peor pinta. También miré a mi segundo de
estribor, Pablo, mucho más joven y fuerte que yo. Y al final al patrón. Luego, me
lancé al agua.
El agua estaba muy fría pero me reavivó de algún modo. Y
llegué a la chalana justo cuando una ola rompiente la estaba revolcando de
nuevo. El marinero náufrago se dio un golpe en la cabeza, pero entre Pedro y yo
conseguimos llevarlo a la trainera. Le subimos y los tres nos envolvimos en
mantas y la lancha volvió a puerto.
Había bastante gente en el muelle esperando nuestra llegada,
y algunos incluso aplaudieron cuando el marinero subió tambaleándose por la
rampa. Él estaba llorando, porque había perdido su chalana que era el único modo
que tenía para alimentar su familia.
A toda la tripulación de la trainera nos vino a felicitar el
Comandante del Puerto, con su imponente uniforme, y luego volvimos a nuestro
cobertizo. A Pedro y a mí, como estábamos mojados, el patrón nos dejó volver a
casa y acabar el turno.
Pedro murió poco antes de llegar a su casa, cuando le
intentaron robar y le clavaron una navaja en el pecho.
Yo, unos minutos antes, cuando mi corazón falló por el
esfuerzo nada más salir del puerto.
(basado en un caso real en Gijón en 1888)
JL Llorente
JL Llorente
No hay comentarios:
Publicar un comentario