miércoles, 27 de febrero de 2013

Cuento 2 - Estación de naufragos


Estación de náufragos

La campana de la estación de náufragos tañó con fuerza, y los trece remeros y el patrón salimos del cobertizo en el que nos acogíamos del temporal, unos dormidos y otros no, y nos subimos prestos a la trainera.

A la salida de la bocana las olas entraban con fuerza y algunas eran de más de dos brazas, e incluso hacían rodillo, pero nuestro patrón manejaba la caña con fuerza y consiguió pasar la zona de rompiente sin perder el rumbo.

Después seguimos virando a estribor, poco a poco, y alejándonos de la costa y la rompiente. Como yo iba en la amura de babor, mi banda era la que más se mojaba, y también la tenía que trabajar más para hacer la maniobra.

Cuando llegamos frente a la roca llamada Piedra Chica, justo al norte del cabo, vimos la chalana que había volcado y también al marinero que estaba aferrado a ella.

Pedro, mi compañero de la amura de babor, y el mejor nadador, se lanzó al agua tras hacer la ciaboga, y mientras los demás ciábamos para parar la trainera lo más cerca posible de la chalana.

Entonces el patrón me pidió que ayudara a mi compañero Pedro. Como primer remero de mi banda, me correspondía. Pero hacía tiempo que no me tocaba lanzarme al agua. Eché una mirada a la mar que teníamos de popa, que seguía subiendo, y cada vez tenía peor pinta. También miré a mi segundo de estribor, Pablo, mucho más joven y fuerte que yo. Y al final al patrón. Luego, me lancé al agua.

El agua estaba muy fría pero me reavivó de algún modo. Y llegué a la chalana justo cuando una ola rompiente la estaba revolcando de nuevo. El marinero náufrago se dio un golpe en la cabeza, pero entre Pedro y yo conseguimos llevarlo a la trainera. Le subimos y los tres nos envolvimos en mantas y la lancha volvió a puerto.

Había bastante gente en el muelle esperando nuestra llegada, y algunos incluso aplaudieron cuando el marinero subió tambaleándose por la rampa. Él estaba llorando, porque había perdido su chalana que era el único modo que tenía para alimentar su familia.

A toda la tripulación de la trainera nos vino a felicitar el Comandante del Puerto, con su imponente uniforme, y luego volvimos a nuestro cobertizo. A Pedro y a mí, como estábamos mojados, el patrón nos dejó volver a casa y acabar el turno.

Pedro murió poco antes de llegar a su casa, cuando le intentaron robar y le clavaron una navaja en el pecho.

Yo, unos minutos antes, cuando mi corazón falló por el esfuerzo nada más salir del puerto.

(basado en un caso real en Gijón en 1888)

JL Llorente

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