Estaba tranquilamente jugando al ajedrez y recostado en mi
cama cuando entró el médico de golpe en mi habitación del hospital.
Noté que tenía el gesto adusto, un poco más de lo habitual,
aunque a todos los médicos les encanta aparentar una severidad ficticia, que
hace que sus aserciones suenen más graves, importantes, e incluso solemnes.
- ¡Hola Bernardo!
- ¡Hola doctor!
- Bueno, ya hemos finalizado todos los análisis y pruebas. Y,
bueno, ya le podemos dar un diagnóstico.
Entonces pensé en decirle que ya era hora. Más que nada
porque llevaba dos semanas encerrado en esa habitación, salvo cuando me bajaban
a hacer análisis y pruebas, a los que yo solía llamar, los experimentos.
Pero, por educación, no dije lo que pensaba, si no que, con
una media sonrisa, que trataba de indicar un falso interés, le pregunté por sus
conclusiones.
- Tengo que darle malas noticias.
Moví la cabeza ligeramente hacia la izquierda y alcé las
cejas, interrogándole.
- Tiene usted cáncer.
Me mantuve impávido y recoloqué mi cabeza y mis cejas hasta
que continuó.
- Para ser más precisos, tiene usted tres cánceres malignos desarrollados: de páncreas, de piel y de pulmón.
Asentí para que siguiese hablando.
- Los tres son independientes y se desarrollarán cada uno a
su ritmo.
Entonces tomó un trago de una botellita de agua que llevaba
en su mano antes de seguir.
- La buena noticia es que ninguno de los tres parece que sea
capaz de desarrollar una metástasis a corto plazo.
- Y ¿la mala?
Volvió a tomar otro trago antes de contestar.
- Que no podemos tratar cada uno de ellos por separado… sin
riesgo,… digamos, de empeorar alguno de los otros dos.
Asentí de nuevo y me tomé unos instantes antes de responder.
- A ver si lo entiendo bien. No se pueden tratar los tres
problemas, por llamarlos de alguna manera, a la vez. Y tampoco se pueden tratar
por separado, por digamos, los daños colaterales.
El médico asintió. Su cara estaba cada vez más seria y más pálida.
- Entonces, la situación está claramente definida. Y el
objetivo, que es, doy por supuesto, que yo no muera, es inalcanzable.
Mi última frase provocó una gran reacción en el médico que
se irguió de golpe en la silla.
- ¡Ése es mi deber!
- ¡Pero no tu responsabilidad! si no tienes medios para
conseguirlo. Has hecho, y perdona que te trate de tú pero creo que ya tenemos
confianza suficiente, todo lo que has podido para tratar de entender el problema, que en
este caso son tres, y resolverlo. Y has llegado a un callejón sin salida. Y
cuando uno llega a un impasse no le queda más que dar la vuelta. Sin más.
Además, el problema no es tan grave. Sólo soy una persona
normal y corriente, que morirá mañana en un accidente, o dentro de dos o diez o
treinta años. Y mi muerte no tendrá mayor importancia, salvo para mi familia y
para algunos, que no todos, de mis amigos.
Tú has hecho tu trabajo bien y debes considerarlo un éxito,
aunque no haya una solución.
El doctor tenía la boca completamente abierta y no me
respondió, así que seguí hablando, o más exactamente, concluí mi discurso con
una sola frase:
- Ahora, ¿me puedes dar el alta?
Y le tendí la mano sonriendo para que me la estrechase.
JL Llorente
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