Estaba despidiéndome de mi hijo en el aeropuerto, cuando le
dije la última y típica frase paternal, sin poder evitarlo.
- ¡Y pórtate bien!
- ¡Yo soy bueno! – Me contestó.
Y también sin poder evitarlo, estallé en carcajadas. Mi hijo
me miraba alucinado. Tardé bastante tiempo en conseguir controlarme, hasta que
me dí cuenta de que la gente que pasaba a mi alrededor me miraba extrañada.
Después de respirar profundamente y tratar de sosegarme,
volví a mirar a mi hijo que, a su vez, me miraba pensando que me había vuelto loco. Fue él quien comenzó a hablar, mientras yo aún me recuperaba.
- ¿Qué te pasa?
- ¿Sabes cuando fue la última vez que oí esa frase?
- ¿Qué frase?
Me miraba como si yo fuese un extraterrestre, y el pobre
chico no entendía nada. Así que le sonreí, le di un abrazo de despedida y le
dije que pasase hacia el control de seguridad.
Después de saludarle con la mano, y una vez que pasó el
control, volví hacia la salida del aeropuerto, aún con una sonrisa en los labios.
Pero esa sonrisa se transformó en mueca triste mucho antes de que
llegase al aparcamiento a coger mi coche, y cuando volví a recordar a quién me había
dicho esa frase antes y muchas veces.
Y también al recordar el tiempo que tardé en recuperarme del
daño que me hizo. Si es que alguna vez me recuperé, que aún tengo dudas.
Sin embargo, volví a sonreír pensando en lo mal que se iba a portar mi
hijo en sus vacaciones con sus amigos. Pero yo también me portaba también muy mal a su
edad. Y él también había aprendido a mentir.
Aunque nunca yo presumí de una bondad que no tenía.
JL Llorente
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