Había una vez un tocón de árbol en un bosque. El árbol lo
habían talado un año antes, porque el tronco estaba podrido y las ramas se caían
una tras otra. Hacía mucho tiempo que del árbol no salían hojas y mucho menos
flores. Y los guardabosques decidieron sacrificarlo.
Pero el tocón seguía vivo. Alimentado por sus raíces. Y seguía
imaginando nuevos brotes que darían lugar a nuevas ramas, a nuevas hojas, e
incluso a nuevas flores.
Y el tocón incluso imaginó que sus futuras flores fuesen
visitadas por mariposas de colores. Desde las grandes y amarillas de la mañana, o las pequeñas y azules de la tarde, hasta las tristes y pardas polillas nocturnas. Soñaba con sus mariposas y eso
le daba fuerzas para seguir exigiendo a sus raíces que sacasen agua y minerales
del suelo para sobrevivir y regenerarse.
En el mejor momento de sus sueños, siempre llenos de
mariposas, se despertó con el ruido de la excavadora que venía a arrancarlo del suelo para siempre.
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