martes, 30 de abril de 2013

Una conciencia sin uso


“Una conciencia que no se usa no es una conciencia”. Cuando leí esa frase no la entendí al principio. Pero, luego, reflexionando un poco, me di cuenta que no sólo era una frase acertada, sino también lúcida y brillante. Y la atrapé y abracé con ese candor juvenil que sólo suele reservarse para la primera novia de la adolescencia. En cierto modo, era mi primera frase-novia.

Y la admiraba por muchas cosas. Porque me explicaba que la conciencia tiene que practicarse, que ejercitarse y desarrollarse como si fuera un músculo. Un músculo de tu personalidad. También me parecía concisa, concreta y brillante. Pero quizás mis ojos, al leerla, estaban alterados por la pasión por mi frase-novia, y no era muy objetivo.

Yo apenas practico deportes desde que era joven. Y mis músculos están algo atrofiados, lánguidos, laxos. Incluso son para mí un estorbo por los dolores y molestias que me aportan, ya sean tensiones, contracturas o simples dificultades para utilizarlos.

Por ello entiendo perfectamente a las personas que no utilizan habitualmente su conciencia, o quizás nunca la han usado, o dejan de usarla de golpe por un motivo cualquiera. El músculo se anquilosa, se atora, se esclerotiza. La conciencia de un perezoso de la conciencia es fútil e inane, y soy consciente de esta redundancia. Pero entiendo a esos perezosos, y por eso les aviso.

Porque la falta de conciencia genera daños colaterales. (Me encanta la expresión colateral, porque no significa lo mismo en inglés que en castellano: en inglés significa “derivado”, no necesariamente con intención; en castellano suele traducirse por “¡te ha tocado a ti porque estabas al lado, capullo!”).

En este caso, el daño colateral tiene que entenderse en castellano, porque siempre lo sufren otros: los que están más cerca. Ya que al no tener conciencia no te reconoces a ti mismo, y en consecuencia, no puedes evaluar los actos que produces en los demás. Y es más fácil dañar a los que tienes más cerca porque requiere menos esfuerzo.

El músculo mental de la conciencia, que además está enlazado con otros músculos de la personalidad, como el de la empatía por ejemplo, al deformarse, te deforma a ti mismo. Y pasas a ser otra persona. Pasas de ser alegre a triste, de generoso a avaro, de saludable a hipocondríaco, o de dulce a cruel. Y causas daños colaterales.

Es por eso que, todas las noches, hablo con mi conciencia y hago un poco de ejercicio con ella. Sólo durante un rato, pero sí todos los días.

Intento asegurarme de que la he utilizado un rato, de que sigue en forma, y, a ser posible, de que no he cometido ningún daño colateral. No siempre estamos de acuerdo y de cuando en cuando siento agujetas mentales (¿sería mejor decir “concienciales”?). Y sólo después de ese ejercicio soy capaz de dormirme.

Y siempre me duermo susurrando mi frase-novia en voz muy baja. Sólo para oírla yo mismo.

JL Llorente

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