domingo, 5 de mayo de 2013

El puerto


No se navega porque haya un mar. Se navega porque hay un puerto, o mejor dicho, dos. Hay un puerto de salida y hay un puerto de llegada. Un puerto conocido y querido, y otro soñado, anhelado o imaginario, y muchas veces imposible de alcanzar.

Sin puerto no navegas, y sólo eres un náufrago a la deriva. Y no te basta con tener uno, sea el de salida o el de arribada, necesitas los dos. El de salida, tu base vital, tu referencia. Y el de llegada, tu objetivo y tu inspiración para afrontar el viaje.

No siempre las corrientes o los vientos te llevan a tu puerto de destino. Muchas veces te llevan a un mal puerto. Y son muchas las veces en las que puedes naufragar en esa singladura incierta que es seguir viviendo y navegando.

En ocasiones, la mejor opción ante una tormenta es plegar velas, virar en redondo, y aprovechar los portantes para volver al puerto de salida, como en el Juego de la Oca. Pero otras veces es mejor navegar de bolina, con el mínimo trapo, manteniendo firme el timón y cruzando la borrasca con decisión, soportando la mar y el viento, y cortando las olas con la amura de babor.

Como no soy quién para dar consejos, y menos después de algunos naufragios, me limitaré a decir que esta vez he decidido volver a mi puerto de partida. Podéis llamarlo cobardía, y probablemente sea cierto, pero la borrasca se profundizó mucho en muy pocas horas.

Y, muy probablemente, ya no me volveré a embarcar, porque le he cogido miedo a las tormentas. Sobre todo a las tormentas emocionales que pueden evolucionar a huracanes subtropicales que causan graves daños en tierra y en mar.

De lo que no estoy seguro es de si estas tormentas están relacionadas con el cambio climático.

O, simplemente, con la edad.

JL Llorente

No hay comentarios:

Publicar un comentario