lunes, 4 de marzo de 2013

Cuento 8: Cacería

Eran poco más de las cuatro de la mañana cuando nos encontramos en la plaza del pueblo. En la plaza vieja. Hacía mucho frío y nos refugiamos del viento en los soportales de la iglesia. Esos soportales donde hubo un tiempo en el que estuvo el mercado del pueblo hasta que, después, se trasladó a la plaza nueva, aunque después desapareció, cuando el pueblo quedó con tan pocos habitantes que no podía sostener ni un mercadillo de ropa vieja.

Sólo éramos diez. Los diez más viejos amigos de la peña de caza. Y también los diez que habíamos entrecruzado nuestras vidas más veces. Pero también éramos los diez más expertos. Quedaba muy poca caza en el monte, pero aún sabíamos donde encontrarla.

A las cuatro y media subimos a las dos furgonetas, cargando toda nuestra aparamenta: escopetas, munición, morrales y comida, más la ropa de abrigo adicional que siempre tenemos que llevar por precaución.

Me tocó ir en la misma furgoneta que Pablo. Él delante y yo detrás. Cuando íbamos subiendo el puerto, sentí que mi ira crecía a la par que la topografía, y se incrementaba con cada curva de la carretera, cada una más cerrada que la anterior, según aumentaba la pendiente.

Cuando llegamos al monte, hicimos el tradicional desayuno antes de empezar la caza, entrando en calor y esperando al amanecer. De nuevo, me tocó sentarme al lado de Pablo, siempre sonriente y animado, pero sólo pude intercambiar con él algunas frases inocuas sobre la calidad de la comida que estábamos compartiendo.

Compartiendo. ¡Qué palabra mortal! Nada hay más doloroso que compartir. Porque nunca se puede compartir todo. Nunca la relación es perfectamente recíproca. Siempre alguien gana y alguien pierde. Luego, siempre alguien sufre. Incluso en la mejor de las parejas, como fue la mía, siempre alguien cede y no comparte la totalidad, se aparta y pierde ese pedazo de felicidad que le correspondería.

Concluimos el desayuno amistosamente, pero me dí cuenta de que las frases que Pablo me dirigía eran cálidas, y sin embargo, las mías eran siempre frías. Mi ira se estaba desbocando y, (en ese momento me asusté) quizás poniendo a la vista mi intención.

Luego nos fuimos a los puestos. Me había asegurado de tener un puesto suficientemente cerca del suyo. Y mientras nos colocábamos me quedé un poco retrasado, con lo que, desde donde estaba veía claramente su espalda.

Cargué la escopeta con cuidado, controlando la calidad de cada cartucho y su posición. Miré a su espalda y apunté. A la mitad de su espalda, para no fallar. Quité el guardamonte y me dispuse a apretar los dos gatillos.

Entonces él se dio la vuelta. Pablo era buen cazador, pero yo también. Y estaba seguro de no haber hecho ningún ruido, pero de algún modo se dio cuenta de que estaba allí. Como de algún modo se había dado cuenta de que faltaba a menudo en otras partes.

Se puso en pié y sólo dijo una frase: “No fui yo. Fuiste tú”.

La escopeta disparó, pero en la dirección contraria, como debía de ser, y cumplió su misión.

JL Llorente

1 comentario:

  1. 8.1
    Fue un disparo reciprocamente recibido por los dos, quizá nadie esperó que fuese el ultimo aliento de nuestra vida y el último almuerzo de nuestra existencia.
    Dicen que el último segundo de tu vida se desvanece en escenas, aunque mas que usar esa palabra quizá por la situación puede decirse... que se disuelve y escurre entre la punta de tus dedos con secuencias de toda tu vida transcurrida en ese microsegundo, también es cierto que pasa más rapido, pues bien, quiero decir que todo lo dicho sobre este tema es cierto.
    También quiero observar con ello que es un momento perfecto y hermoso, algo sublime que nace en tu alma para luego desbordarse en mil estrellas que poblarán ese cielo inmenso y tan poco observado.
    Quizá la parte negativa de la situación es que la moralidad te nace de golpe, algo que nunca se ha tenido y es tan pocas veces pronunciada por las personas, que es corta pero a la vez es tan grande en un cuerpo tan insignificante como el humano.
    Como es natural, empiezas a buscar un sentido a la situación, que irreversiblemente ha llevado a tu fin y a la de tu apreciado "amigo".
    La verdad, que hay que intentar ser un poco egoista hasta en este momento, bueno, pues ya se la respuesta, fue referente a compartir ha alguien, digamos, al egoismo de la propiedad.
    Una dama... es doloroso que hayas amado a alguien con todo tu ser y después de eso tengas la punzada de dolor en tu corazón por esa repartición carnal, pufff.... es horrible, al final te sientes como que todas las caricias, momentos, besos y lágrimas han sido un ejercicio de futilidad.
    Pues bien, como he dicho, en este momento hay que dejar el orgullo herido a un lado y ser egoista, voy a disfrutar del momento y observar.
    Vi cuando nací, cuando salí del colegio y terminé de estudiar en al universidad, cuando conseguí mi primer trabajo, recordé esa pelicula que me emocionó, esa canción, ese concierto y ese viaje a al Mar Negro, fuí caminando por la orilla de esa playa rumana, mi cuerpo agachado rozando con mis falanges esa arena que se escurre entre la piel, pensando en la situación tan poco clara, tan poco transparente como el líquido de este mar...
    Pero ahora es tarde, el segundo se acaba, el tiempo resulta finito en este planeta, desaparezco para vivir el resto de mi existencia con las estrellas, voy a descansar, eso si, no pienses demasiado en mi y duerme, todo sera diferente cuando amanezca.

    victor

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