El Portero
El delantero colocó el balón en el punto de penalti. Luego, dio
unos pasos atrás para tomar carrerilla. Era el último minuto del partido de la
gran final. Si marcaba el gol su equipo sería campeón.
Sentía la tensión, pero estaba acostumbrado a afrontarla. Como
hacía siempre, antes de empezar a correr miró hacia la grada, y no a la portería.
Era un viejo truco. El delantero ya sabía adonde iba a apuntar; a la esquina
inferior derecha, y ya lo había pensado al colocar el balón. Pero miraba a la
grada para que el portero no intuyese por donde iba a llegar el balón.
El truco le funcionaba bien normalmente, pero en este caso,
estaba absolutamente seguro de que iba a ser eficaz. Más que nunca.
Porque conocía bien al portero. Eran de la misma edad, de la
misma ciudad, y hubo un tiempo en que fueron compañeros y amigos, cuando
jugaban en categorías inferiores. Aunque ese tiempo había pasado.
Pero al mirar a la grada la vio. Era ella, la mujer, esposa
o como se diga, del portero. Tan guapa como siempre. Tan maravillosa y
atractiva. Tan… tantas cosas. Tan imaginable, tan soñable, y a la vez, tan real allí en la
grada.
Y estaba comiéndose las uñas por la tensión del momento. Con
el rostro seco y preocupado.
Ella, la causante de que hubiesen dejado de ser amigos al
competir por ella. Ella, la que estuvo a punto de hacerle dejar el futbol al
rechazarle y elegir al portero. Ella, la que destruyó su vida y le creó un vacío
que nunca nadie pudo llenar.
El delantero miró al portero a los ojos. Eso ya no formaba
parte del truco y los compañeros de su equipo se extrañaron. En ese momento el árbitro
usó su silbato ordenando la ejecución del penalti. Esa forma de ejecución en un
solo acto y en un solo momento que puede ser definitiva, como iba a ser en este
caso.
El delantero sintió que tenía la oportunidad de vengarse. De
vengarse del portero, de su mujer, de si mismo, y de la decepción de vida que
llevaba desde que ella le había rechazado.
Cogió aire, llenando los pulmones y comenzó a correr con
fuerza. Sabía cómo meter el gol y vengarse de todos de una sola vez.
Y mientras llegaba corriendo al balón, se dio cuenta de que
también podía aceptar su derrota.
Cuando el balón pasó por encima del larguero, el delantero
sintió un alivio tremendo. Luego se acercó al portero y le abrazó. Y mientras
tanto, miró hacia la grada, hacia ella, y vio como le sonreía.
El delantero se sintió feliz por primera vez en mucho
tiempo. Luego empezó a llorar.
JL Llorente
JL Llorente
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