lunes, 4 de marzo de 2013

Cuento 6: El portero


El Portero


El delantero colocó el balón en el punto de penalti. Luego, dio unos pasos atrás para tomar carrerilla. Era el último minuto del partido de la gran final. Si marcaba el gol su equipo sería campeón.

Sentía la tensión, pero estaba acostumbrado a afrontarla. Como hacía siempre, antes de empezar a correr miró hacia la grada, y no a la portería. Era un viejo truco. El delantero ya sabía adonde iba a apuntar; a la esquina inferior derecha, y ya lo había pensado al colocar el balón. Pero miraba a la grada para que el portero no intuyese por donde iba a llegar el balón.

El truco le funcionaba bien normalmente, pero en este caso, estaba absolutamente seguro de que iba a ser eficaz. Más que nunca.

Porque conocía bien al portero. Eran de la misma edad, de la misma ciudad, y hubo un tiempo en que fueron compañeros y amigos, cuando jugaban en categorías inferiores. Aunque ese tiempo había pasado.

Pero al mirar a la grada la vio. Era ella, la mujer, esposa o como se diga, del portero. Tan guapa como siempre. Tan maravillosa y atractiva. Tan… tantas cosas. Tan imaginable, tan soñable, y a la vez, tan real allí en la grada.

Y estaba comiéndose las uñas por la tensión del momento. Con el rostro seco y preocupado.

Ella, la causante de que hubiesen dejado de ser amigos al competir por ella. Ella, la que estuvo a punto de hacerle dejar el futbol al rechazarle y elegir al portero. Ella, la que destruyó su vida y le creó un vacío que nunca nadie pudo llenar.

El delantero miró al portero a los ojos. Eso ya no formaba parte del truco y los compañeros de su equipo se extrañaron. En ese momento el árbitro usó su silbato ordenando la ejecución del penalti. Esa forma de ejecución en un solo acto y en un solo momento que puede ser definitiva, como iba a ser en este caso.

El delantero sintió que tenía la oportunidad de vengarse. De vengarse del portero, de su mujer, de si mismo, y de la decepción de vida que llevaba desde que ella le había rechazado.

Cogió aire, llenando los pulmones y comenzó a correr con fuerza. Sabía cómo meter el gol y vengarse de todos de una sola vez.

Y mientras llegaba corriendo al balón, se dio cuenta de que también podía aceptar su derrota.

Cuando el balón pasó por encima del larguero, el delantero sintió un alivio tremendo. Luego se acercó al portero y le abrazó. Y mientras tanto, miró hacia la grada, hacia ella, y vio como le sonreía.

El delantero se sintió feliz por primera vez en mucho tiempo. Luego empezó a llorar.

JL Llorente

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