Siempre me había sorprendido de mi propia inconstancia, que
incluso se extiende a las cosas que más me importan.
Tantas veces buscándola. Tantas veces intentando acercarme a
ella. Tantas veces rechazado. Y luego la olvidé por un tiempo, un tiempo
demasiado largo.
De pronto, un día la recordé de golpe y la llamé. Al
principio parecía remisa, pero insistí tanto que logré convencerla, finalmente,
para que nos viésemos y recordásemos nuestra relación.
Después de muchos esfuerzos, aceptó y quedamos para la
semana siguiente. Preparé la cita con todo detalle, pero durante esa semana el
tiempo se ralentizó de pronto. Nunca llegaba el momento de volver a verla y mis
uñas sufrieron la intensidad de mi estrés.
Cuando finalmente nos vimos, al principio aún parecía
lejana, distante, pero conseguí ir acercándome a ella poco a poco, e ir
haciendo crecer nuestra intimidad.
Ya llevábamos mucho tiempo hablando y mi confianza estaba
muy alta, así que decidí dar un paso más.
La miré directamente a los ojos, lo cual siempre era difícil
para mí, y le pedí un beso. Se puso muy seria y me dijo que eso no estaba a mi
alcance, con toda sequedad. Entonces le pedí un simple abrazo.
Su cara se relajó y sus labios esbozaron una leve sonrisa.
- Eso siempre es posible, si tú lo aceptas.
Me levanté y ella también. Y nos abrazamos los dos muy
fuerte. Lo había conseguido por fin.
Y me sentí muy feliz al sentir su abrazo. El largamente
deseado abrazo de la Muerte.
JL Llorente
JL Llorente
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