domingo, 17 de marzo de 2013

Cuento 17: Una pelirroja con mal genio


Felipe II de España, tras la muerte de María Tudor, le pidió matrimonio a su cuñada, Isabel I de Inglaterra e Irlanda. En la larga serie de cartas que intercambiaron negociando la posibilidad de dicha boda, él siempre se refería a ella como “mi querida hermana”, y ella a él como “mi hermano y amigo queridísimo”.

Pocos años después eran enemigos despiadados uno contra la otra, o viceversa. Veamos por qué, y para ello volvamos atrás.

Isabel era siete años más joven que Felipe, y era también una pelirroja esbelta y atractiva. Felipe ya la había protegido varias veces. Como cuando logró convencer a María de que la sacase de la Torre de Londres tras la rebelión de Thomas Wyatt, o cuando intentó convencer a María, sin éxito, de que convirtiese a Isabel en su heredera si María y Felipe no tenían hijos.

Una vez muerta María, Felipe se apresuró a reconocer a Isabel como reina y renunció inmediatamente a todos los títulos que le ligaban a la monarquía inglesa. Y, poco después, le hizo a Isabel la oferta de matrimonio. Además también la apoyaba frente a las aspiraciónes de su prima escocesa María Estuardo.

Pero Isabel le hizo a Felipe la pregunta más difícil a la que el rey de España se enfrentó nunca: ¿cúales son las condiciones?

Ese fue el gran error del llamado rey prudente, que no resultó serlo tanto. Felipe contestó con una serie de condiciones firmes e ineludibles, que Isabel no podía aceptar. Si las aceptaba dejaría de ser la reina de Inglaterra; sólo sería la esposa del rey. Perdería su independencia y, de algún modo, su personalidad.

Por supuesto no aceptó, y desarrolló poco a poco una gran animadversión hacia Felipe, que él mismo realimentó por la decepción de ser rechazado. Después de la paz de Cateau-Cambrésis, entre España e Inglaterra con Francia, no había motivo para que Isabel y Felipe siguiesen siendo amigos, y ya pudieron expresar sus sentimientos claramente.

Isabel nunca se casó, y al margen de los rumores de sus relaciones con sir William Cecil, mantuvo su independencia y autonomía, creando la semilla de lo que sería el Imperio Británico del siglo XIX, y a la vez el mito de la reina Virgen. Felipe se casó dos veces más, aunque nunca más fue feliz. Y tras él, el Imperio Español fue desmoronándose poco a poco: Rocroi, la guerra de Sucesión española, la invasión napoleónica, la emancipación de las colonias americanas, y finalmente, Cuba.

Quizás si Felipe no hubiese puesto condiciones inasumibles para Isabel el mundo sería ahora distinto. Quizás con la unión de Flandes e Inglaterra en un solo estado y aliado de España nunca hubiésemos llegado a las dos guerras mundiales del siglo XX. Quizás las guerras de religión en Europa del siglo XVII no hubiesen sido tan sangrientas. O quizás nunca hubiésemos descubierto la democracia porque nos faltarían Oliver Cromwell y la revolución francesa.

Quizás hubiese sido mejor. Quizás hubiese sido peor.

Pero, en todo caso, la historia cambió por una mala frase dicha a una pelirroja con mal genio.

JL Llorente

No hay comentarios:

Publicar un comentario