Felipe II de España, tras la muerte de María Tudor, le pidió
matrimonio a su cuñada, Isabel I de Inglaterra e Irlanda. En la larga serie de
cartas que intercambiaron negociando la posibilidad de dicha boda, él siempre
se refería a ella como “mi querida hermana”, y ella a él como “mi hermano y
amigo queridísimo”.
Pocos años después eran enemigos despiadados uno contra la
otra, o viceversa. Veamos por qué, y para ello volvamos atrás.
Isabel era siete años más joven que Felipe, y era también
una pelirroja esbelta y atractiva. Felipe ya la había protegido varias veces.
Como cuando logró convencer a María de que la sacase de la Torre de Londres tras
la rebelión de Thomas Wyatt, o cuando intentó convencer a María, sin éxito, de
que convirtiese a Isabel en su heredera si María y Felipe no tenían hijos.
Una vez muerta María, Felipe se apresuró a reconocer a
Isabel como reina y renunció inmediatamente a todos los títulos que le ligaban
a la monarquía inglesa. Y, poco después, le hizo a Isabel la oferta de
matrimonio. Además también la apoyaba frente a las aspiraciónes de su prima escocesa María Estuardo.
Pero Isabel le hizo a Felipe la pregunta más difícil a la que el rey
de España se enfrentó nunca: ¿cúales son las condiciones?
Ese fue el gran error del llamado rey prudente, que no
resultó serlo tanto. Felipe contestó con una serie de condiciones firmes e
ineludibles, que Isabel no podía aceptar. Si las aceptaba dejaría de ser la
reina de Inglaterra; sólo sería la esposa del rey. Perdería su independencia y,
de algún modo, su personalidad.
Por supuesto no aceptó, y desarrolló poco a poco una gran
animadversión hacia Felipe, que él mismo realimentó por la decepción de ser
rechazado. Después de la paz de Cateau-Cambrésis, entre España e Inglaterra con
Francia, no había motivo para que Isabel y Felipe siguiesen siendo amigos, y ya
pudieron expresar sus sentimientos claramente.
Isabel nunca se casó, y al margen de los rumores de sus
relaciones con sir William Cecil, mantuvo su independencia y autonomía, creando
la semilla de lo que sería el Imperio Británico del siglo XIX, y a la vez el
mito de la reina Virgen. Felipe se casó dos veces más, aunque nunca más fue feliz. Y tras él, el Imperio
Español fue desmoronándose poco a poco: Rocroi, la guerra de Sucesión española,
la invasión napoleónica, la emancipación de las colonias americanas, y
finalmente, Cuba.
Quizás si Felipe no hubiese puesto condiciones inasumibles para
Isabel el mundo sería ahora distinto. Quizás con la unión de Flandes e
Inglaterra en un solo estado y aliado de España nunca hubiésemos llegado a las
dos guerras mundiales del siglo XX. Quizás las guerras de religión en Europa del siglo XVII no hubiesen
sido tan sangrientas. O quizás nunca hubiésemos descubierto la democracia porque
nos faltarían Oliver Cromwell y la revolución francesa.
Quizás hubiese sido mejor. Quizás hubiese sido peor.
Pero, en todo caso, la historia cambió por una mala frase
dicha a una pelirroja con mal genio.
JL Llorente
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