Aún recuerdo a mi profesor de Mecánica Clásica que nos repetía
su famosa frase: “un tensor es un ente”. Nosotros nos reíamos en voz baja.
Bueno los que estábamos o estaban despiertos, porque la clase era a las ocho de
la mañana. Luego intentábamos seguir su exposición para ver como el sólido rígido
se desplazaba, mientras multiplicábamos matrices, derivábamos ecuaciones de
tres variables, o calculábamos Hamiltonianos.
“Un tensor es un ente”. La frase se me quedó grabada y sólo
muy tarde la entendí. Era una frase preciosa y elegante.
Un tensor no es mucho más que la extensión multidimensional
de un vector. En sí mismo no tiene más interés que el de un nuevo objeto matemático,
con el que se pueden hacer operaciones más complejas de un modo más simple. Ese
siempre ha sido el objeto de las matemáticas. La multiplicación es un modo más
simple de sumar.
Pero un tensor es capaz de describir no sólo la posición, si
no también el estado de un cuerpo, y en ese sentido puede ser transcendente. Puede
describir la vida de ese cuerpo. Puede describir su futuro y deducir de él su
pasado. Al menos hasta cierto punto.
Me gustaría conocer completamente al tensor que me describe,
pero creo que nunca tendré todos los coeficientes a la vista. Ya conozco
algunos, pero son muy pocos. Y con el análisis del tensor llego a muy malas
conclusiones sobre mi pasado y sobre mi futuro.
Ayer descubrí un nuevo coeficiente de mi tensor. Y me dí
cuenta de que tenía motivos para seguir siendo pesimista.
Al menos hasta cierto punto.
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