martes, 5 de marzo de 2013

Cuento 9: Sobre la vida

Me preguntaba ayer Andrés por qué en todos mis cuentos había alguna muerte.

- No es así, Andrés. O al menos, no en todos. Pero sí es cierto que en todos mis cuentos aparecen algunos de los tres únicos temas importantes de los que se puede hablar: el amor, la amistad y la muerte. A veces, soy capaz de combinarlos, otras veces no.

- ¿Por qué sólo hay tres temas importantes? Me refiero desde tu punto de vista, claro, que no comparto en absoluto. Pero me gustaría que lo discutiésemos.

- ¡Claro que sí! Son los únicos tres únicos aspectos que definen la vida. Y mis cuentos sólo hablan de cómo vivir, y a la vez, de cómo no vivir.

- No entiendo nada. Va a ser mejor que me lo expliques con más detalle.

Me recosté en el sillón y saqué un cigarrillo de la chaqueta. Lo encendí, y después de darle una larga calada, me volví a sentarme más erguido en el sofá.

- Andrés, a ver si te lo explico. Puede que yo no sea muy expresivo, ni demasiado locuaz, pero tú serás suficientemente inteligente para entenderlo. Déjame hablar un rato. En algún momento pensarás qué coño te estoy diciendo, pero seguro que al final lo entiendes. ¿Me das unos minutos?

Andrés asintió y se recostó en el sofá. Yo volví a darle otra calada a mi cigarro y lo dejé en el cenicero. Luego empecé a hablar.

- Andrés, el amor, desde mi enfoque de vida, es el único modo de llegar a trascender. Me dirás de nuevo de qué cojones te estoy hablando, pero déjame tiempo. Ahora te lo explico. Siempre entendí trascender como vivir eternamente. Bueno, o lo más posible. Vivir más tiempo de lo que es el límite de tu vida real. Hay muchas maneras de trascender, pero una de las más simples es a través del amor.

- ¡Joder! Cada vez entiendo menos. Ya sabes que no me gustan los rollos filosóficos. Y no entiendo nada de ese enlace entre el amor y la trascendencia con la que te enrollas. Usas muchas grandes palabras pero no explicas nada.

Volví a fumar y a dejar el cigarro en el cenicero.

- Es fácil, Andrés. Y hasta es fácil de explicar. Sólo a través del amor puedes desarrollar tu vida, y completarla con tu descendencia, que sientas como propia, que sientas como un reflejo de ti mismo, pero mejorada, pero que aún transmita tu personalidad al futuro. No es fácil conseguirlo. Pero sólo si consigues amar tienes una oportunidad.

- A ver si lo entiendo. Tu trasciendes, sea lo que sea esa palabra que no acabo de entender, ¿porque has tenido hijos?

- ¡No! ¡Qué va! Eso sería muy fácil. Y estaría a la altura de cualquier imbécil. ¡No es así! Trasciendes cuando pasas los límites de tu vida y construyes sobre ella. Cuando tienes hijos mejores que tú. Cuando has aportado algo importante a tus amigos, a tu sociedad, o aunque suene cursi, al mundo en el que vives. Pero, cuidado, eso no está al alcance de casi nadie, se pueden engendrar hijos o parirlos, trabajar y ganar dinero, incluso pagar todos tus impuestos, cosa que cada vez está menos de moda, y participar en siete ONGs. Sólo los mejores aportan algo de importancia, entre los que no me incluyo, por supuesto. Sólo los mejores, unos pocos, trascienden. ¿Lo has entendido?

Andrés se quedó callado unos momentos y luego encendió un cigarrillo. No fumaba mucho, pero sí de vez en cuando. Como seguía callado, renové yo la conversación.

- El segundo aspecto que uso en mis cuentos es la amistad. La amistad es el contrapunto al amor, aunque mucha gente los asocie, y no necesariamente son incompatibles, pese a lo que decía la doctrina escolástica, poniendo en oposición trascendencia e inmanencia.

- ¿De qué estás hablando? Ahora sí que me he perdido del todo.

- No voy a entrar en una clase de historia de la filosofía, pero a través de la amistad, tú vives fuera de ti mismo a través de tus amigos. ¡Claro, de unos pocos y escogidos! La amistad te enriquece al tener muchas vidas paralelas, de las que disfrutas constantemente. Te multiplicas, o te exponencias, no importa la función, pero eres muchas más veces feliz, y te enriqueces con esa inmanencia proyectada hacia ti de todos tus amigos. Acaparas sus vidas y disfrutas de ellas; las saboreas, las sientes. Y te enriqueces.

- ¿Les robas sus vidas?

- No, Andrés. No. Y nunca lo haría aunque pudiera. De hecho, el flujo de vida es siempre bidireccional en una amistad. Aunque no tiene por qué ser sentido igualmente en ambos polos. Yo doy la mía con el mismo entusiasmo y con el mismo ansia que intento absorber la de mis amigos.

Andrés volvió a recostarse en el sofá. Apagó su cigarrillo y, curiosamente, encendió otro inmediatamente. Después de la segunda calada, me miró a los ojos y se puso tenso.

- Me has hablado de dos temas, aspectos, o como cojones los llames, de los que hablas en tus cuentos. ¿Qué pasa con el tercero?

- ¿La muerte?

- ¡Claro!

- Esa es de la que es más fácil hablar.

Ahora fui yo el que se recostó en el sillón antes de seguir.

- Ya te he contado porqué me interesan el amor y la amistad. Y ahora te voy a contar porqué me interesa la muerte. En primer lugar, porque es la culminación de la vida. ¡No pongas esa cara! Si la vida es, y yo creo que lo es, una carrera hacia delante, y subiendo cada vez cuestas más empinadas, cuando llegas a la cota más alta que puedes alcanzar tienes que sentirte satisfecho. Es tu cumbre. Quizás es más alta o más baja que la de otros. Pero es la tuya. Sólo tuya. Te pertenece. Quizás tenías objetivos más altos, o expectativas más bajas. No importa. Has llegado a un punto y has acabado tu trabajo. Es tu cumbre, y repito, sólo tuya.

- ¿Estás hablando de tiempo, de dinero, de nivel social?

- ¡Manda huevos, Andrés, que aún no me conozcas! Después de tantas conversaciones ya deberías saberlo. La cima de tu vida no se puede medir con parámetros como el dinero.

- ¡Perdona!

- Pero tu pregunta, no carecía del todo de sentido en su primera parte.

- ¿Qué parte?

- En lo relativo al tiempo.

- No lo entiendo.

- Aún no te lo he dicho y por eso no lo entiendes, pero me voy a suicidar esta noche, después de que te vayas.

Andrés apagó el cigarrillo en el cenicero. Se puso el abrigo y se dirigió a la puerta. Yo también me levanté. Antes de salir volvió a hablar.

- Supongo que no puedo hacer nada por evitarlo.

- No.

- Sólo espero que no sea doloroso para ti.

- No te preocupes, ya está todo organizado adecuadamente.

Andrés salió y cerró la puerta.

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