miércoles, 6 de marzo de 2013

Cuento 10: Cuando la volví a ver


Cuando la volví a ver, después de tanto tiempo para mí, había cambiado mucho. Digo tanto tiempo para mí, por lo que me duró y me costó su ausencia. En todo ese enorme tiempo, que el pobre calendario no supo contar como más de dos años, pero que para mí supuso un par de vidas, yo era ya muy distinto, y ella también.

No es que hubiese cambiado su aspecto, su voz, su figura o su manera de ser. Ni sus costumbres o sus gestos. Pero había cambiado su cercanía y su ternura, que se habían convertido en alejamiento y frialdad. Lo sentí nada más verla de nuevo.

Pero yo también había cambiado mucho durante esas dos vidas rápidamente consumidas. Me había vuelto más seco, hosco, triste y peor. Quizás el mejor adjetivo sea peor. Porque esa es la mejor descripción del proceso que sufrí en esos dos años o esas dos vidas, o como sea en que se midan estas cosas.

El proceso tuvo dos partes, una en cada vida. En la primera todo lo ocupó la tensión, el miedo, casi el pánico, por haberla perdido. Fue una parte muy dura, y me costó una vida entera. Pero aún fue peor la segunda parte. Fue cuando asumí la pérdida, entendí el porqué, y me dí cuenta de que no tenía vuelta atrás. Eso me costó otra vida entera, pero, por suerte, creo que más corta, aunque mi concepto del tiempo es cada vez menos objetivo.

Fue en mi tercer renacimiento cuando la volví a ver, y a verla tan distinta, como decía antes, sin rastro de ese cariño que había existido una vez.

Casi no me reconoció, pues yo ya estaba también muy cambiado, con más canas, arrugas y penas sobre mi cuerpo. Tardó un rato en darse cuenta de que era yo, lo cual no me extrañó, ya que ni yo mismo me reconocía después de morir dos veces.

Hablamos un poco y, de pronto, se volvió más cálida su voz. Me empecé a inquietar y mi corazón se aceleró. Seguimos hablando y cada vez me sentía más nervioso.

Entonces me sonrió, y mi corazón se paró por última vez.

JL Llorente

No hay comentarios:

Publicar un comentario