Nació como las demás en el invernadero, pero la dominaba,
primero, su timidez. Mientras las demás desplegaban sus sépalos y formaban su
corola, y desplegaban sus pétalos hermosos, sus atractivos estambres y el
pistilo, atrayendo a los insectos, ella seguía envuelta, cerrada en sus sépalos.
Después se cerró aún más, al darse cuenta que las flores que
antes se abrían, y sobre todo las de pétalos más coloridos, desaparecían también
antes tras ser cortadas por el jardinero.
Sus compañeras comentaban que el jardinero se las llevaba
para una vida mejor, en un ramo o en un jarrón. Y se esforzaban en crecer y
florecer lo antes posible.
Pero ella no se lo creía. Y se mantuvo envuelta. Creciendo,
pero sin abrirse. Y evitando la intromisión de los insectos. Sus sépalos la
protegían.
Un día llegó un abejorro y se puso a revolotear alrededor de
ella. Era molesto por lo cerca que volaba, cada vez más cerca, y se cerró un
poco más. Le gustaban más las abejas y las avispas, pero, en todo caso, no quería
que cortasen su tallo.
Ya había crecido mucho. Todas las otras flores eran más jóvenes.
Era la de tallo más alto. El jardinero comentó un día a la señora de la casa que
quizás sería mejor arrancarla. Pero, cuando iba a hacerlo, en ese momento
apareció un abejorro que empezó a lanzarse hacia la cara del jardinero de modo
insistente. Éste reculó y, tras espantarla, se retiró unos pasos.
Entonces el abejorro se posó sobre su corola aún cerrada. Y
sin que la flor se diese apenas cuenta, sus sépalos se abrieron. Y desplegó sus
pétalos, y estambres.
El jardinero abrió los ojos con asombro. Era la flor más
hermosa que había cultivado. Sus pétalos eran todos perfectos, pero con ciertas
diferencias de matiz entre ellos que los hacían aún más bellos; sus estambres
elegantes y erguidos; y todos ellos rodeaban su pistilo como si éste fuese el
sol y las anteras sus planetas.
Corrió a la casa y volvió con la señora, para enseñarle la
belleza que acababa de desplegarse en el jardín.
- ¡Mire que maravilla! Creo que merece ponerse en el jarrón
central de la entrada
La señora se quedó admirando la flor sin decir nada. Después
le dijo al jardinero.
- No la toques. Déjala dónde está y cuídala especialmente. No
plantes más flores cerca de ella. Quiero que viva lo más posible.
Marcó en el suelo un círculo alrededor de la flor. Y el
jardinero, aunque sorprendido, asintió.
Al cabo de unos días, la flor se marchitó y murió, pese a que el
jardinero la regaba con dedicación. Fue poco después de que el jardinero hubiese conseguido matar a
su abejorro que la visitaba constantemente.
JL Llorente
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