viernes, 31 de mayo de 2013

Demasiado feliz

Es absolutamente injusto que hayan personas felices porque toda su vida haya sido apasionante, intensa, interesante, amena, y hasta divertida, cuando la mayor parte de la humanidad no tiene esa suerte. Es absolutamente injusto que esas personas tan felices hayan recibido, además, amor y amistad durante toda su vida, y además compañerismo de los amigos más lejanos, y simpatía de los que no pueden considerarse apenas amigos.

Eso no es normal. Y no debiera estar permitido. Y debiera haber una ley que regulara el grado de felicidad que cada uno puede recibir. Y repartirlo de algún modo. Con sonrisas periódicas a desconocidos. Con besos esporádicos. O con la campaña de abrazosgratis.com, que me parece genial. Debería ser obligatorio repartir felicidad a través de sonrisas, abrazos o besos.

Pero nuestro mundo es justo al contrario. La mayor parte de la gente distribuye el odio, el enfado, la calumnia, el mal entendimiento, la envidia, la desconfianza. Y todos atesoramos las pocas sonrisas que nos llegan para disfrutarlas nosotros solos y muy en privado.

Tengo que reconocer que soy un acaparador de buenas sensaciones, y también que soy tan tonto que no trafico con las malas. Acaparo amor, amistad, besos y abrazos con la pasión de un coleccionista de sellos, que siempre tiene un nuevo álbum que abrir. Y trato de evitar usar odios o enfados para lograr ventajas, aunque sean muy rentables.

Por ello, soy demasiado feliz. Y ya puedo decir que insoportablemente feliz. Con lo cual estoy pensando en como acabar con esta insufrible situación que no me deja seguir viviendo mi apasionante existencia, y que, además, la considero injusta, como decía al principio.


JL Llorente

jueves, 30 de mayo de 2013

Un experto generalista

Así se presentó Ernesto, como un experto en la materia, pero con una visión holística de la misma, abarcándola en su conjunto, pero sin profundizar en sus detalles. Es decir, que era capaz de hacer una foto completa como con un gran angular, pero el pixelado era mediocre.

Pero el éxito es propiedad de los mediocres, que siempre superarán a los que son peores que ellos por su capacidad, y también a los mejores que ellos por su habilidad. Porque un mediocre hábil arrasa en todos los aspectos, hasta en las relaciones personales o amorosas.

En mi tierra se usa un especial cualificativo que es "resultón". Resultón o resultona se aplica a las personas que no son objetivamente hermosas, bajo ningún paradigma de belleza, pero que atraen la atención muy intensamente.

La persona resultona es menos hermosa que la puramente bella, pero más interesante. Y tampoco es fea. Es mediocre en belleza pero superlativa en eficacia en el uso de la misma.

Creo que, salvo excepciones, y en este caso no necesariamente honrosas, si no más bien simples, todos nosotros preferimos tener relaciones con personas resultonas. Y es porque nuestros antecesores, durante muchas generaciones han sido suficientemente resultones, y por tanto, eficientemente mediocres.

No voy a extenderme además en el éxito de la mediocridad en los negocios o en la política, porque es un tema muy manido y algo deprimente. Pero sí estoy seguro de una cosa: el futuro de la humanidad, como ha sido el pasado, está en nosotros, los mediocres.

Y no sólo porque logramos reproducirnos más, si no porque valemos un poco para todo, y a la vez poco para nada. Y eso nos hace los continuadores de la especie, aunque la mejora de esa especie sea lenta y requiera eones.

De todos modos, siempre sentí que personalmente sería más feliz con ser un experto de verdad, no generalista, y supongo que a Ernesto le pasaba lo mismo. Y también me gustaría ser más guapo. Pero lo que hay es lo que hay.

JL Llorente


martes, 28 de mayo de 2013

Un buen naufrágio

Nunca tuve tanta suerte como cuando te conocí. Aunque al principio me pareciste la lancha más fea que había en el puerto, todo hay que decirlo. Pero luego, poco a poco, fui descubriendo la belleza de tus amuras y de tus aletas, y tu elegante y estilizada carena, y sobre todo como navegabas, que era lo más importante.

Después salimos juntos a la mar que fué ese día especial que siempre recordaré .Estabas arbolada con aquellas dobles velas latinas, tan rojas, como las de los antiguos sinagots franceses, y fue cuando me enamoré de ti.

La mar es dura, y desgasta las velas y el resto del aparejo, y también las quillas se deterioran, pero aún desgasta más a los marineros, y más rápido. Y con el tiempo, yo me volví más calvo y tú tuviste más a menudo más vías de agua y tus velas ya dejaron de ser tan rojas.

Y cuando, al final, zozobramos los dos, y tú te hundiste y yo me ahogué, te quejaste de que no te hubiese cuidado más. Y tenías razón, porque no lo había hecho, o no lo suficiente.

Ya sé que quizás podríamos haber tenido finales menos bruscos: tú reparada en un astillero y yo en una residencia de ancianos, sin posibilidad de reparación. Por ello, prefiero haber muerto contigo en esa borrasca, y recordar cuando tus velas eran rojas y yo no era calvo.

Quizás me consideres egoísta, pero no existe amor que no lo sea. Porque si no es egoísta no es amor.

JL Llorente

Siempre he preferido a Lillith

Eva, desde el principio, y nunca mejor dicho, siempre me pareció algo ñoña, hasta que un día le dio por coger una manzana y la lió parda. Pero tampoco eso se le ocurrió a ella sola, porque tuvo que ser una serpiente la que la indujese a hacer algo más que correr (con o sin pronominal) por el jardín del Paraíso.

Y no creo en absoluto las maledicencias que han perseguido a Lillith durante miles de años. Y que la hemos convertido, con el tiempo y entre todos, en el mayor demonio femenino, mientras que Eva representa de algún modo la pureza, aunque fuese más tonta.

De todos modos, tengo que reconocer que la vida conyugal de Adán con Lillith tuvo que ser más complicada que con su segunda esposa, aunque seguramente fuese más interesante. Y Adán, que en su primer matrimonio hizo el capullo, lo repitió en el segundo con la manzana. Y me permitiréis que no describa los detalles del primer error, que no son aptos para menores, porque los podéis leer mejor en un Antiguo Testamento que no sea católico (y en caso de apuro recurrid a la Wiki).

Yo creo que Adán era tan tonto como que podría haber abierto una Academia de la Estupidez, como una inversión (en el sentido geométrico) de la de Academia de Atenas, y que tendría un gran éxito hoy en día, pero por entonces no había población suficiente para que fuese rentable.

Y así, el pobre Adán, tan pobre de espíritu como yo, se quedó con cara de tonto cuando Lillith le dejó tirado. Y la cara de tonto no se le quitó nunca. Sólo hace falta ver, en el fresco de Masaccio de Santa Maria del Carmine como la esconde por vergüenza, mientras no esconde otras vergüenzas peores. Y me refiero al fresco una vez restaurado.

Y el problema de la estupidez de Adán es que estropeó no sólo una gran experiencia personal, si no todo el futuro de la humanidad. Aparte de que seguramente su vida hubiese sido más feliz, también que probablemente sus hijos con Lillith no se hubiesen matado entre ellos, y nuestro mundo actual sería algo mejor.

Pero no soy yo nadie para juzgarle.

Porque de vez en cuando, y digo de vez en cuando, también cometo errores tremendos.

JL Llorente

lunes, 27 de mayo de 2013

Ne tirez pas sur le pianiste

Ya sé que soy un mal compositor y un peor ejecutante. Pero no por ello tienes que disparar contra mí. Sobre todo cuando he hecho todo lo posible por seguir tocando, con mi poca habilidad, todos los días, e intentando a veces componer alguna canción, que casi siempre acaba en un papel arrugado en una papelera.

Pero llegar al extremo de dispararme sin avisar me parece un poco excesivo. No fue para tanto la ofensa que te hice, que aún no sé cual es, y mucho menos para que me disparases por la espalda, sin opción de defenderme.

Estoy seguro de que en el último momento tu mano dudó. Y fue ella, tu mano, la que decidió no matarme, porque era un blanco fácil a esa distancia. Se lo agradeceré sólo un poco, porque hubiese sido la solución más fácil para ti, y para mí también.

Pero este es el sino del pianista: víctima propiciatoria en cualquier disputa, propia o ajena. Y cuando es ajena es más fácil, porque simplemente es una bala perdida la que te mata. Y no sé porqué siempre nos aciertan a los de nuestra profesión, pero es un hecho comprobado estadísticamente, y reflejado fielmente en los viejos westerns (cuando yo era joven se llamaban películas de vaqueros; y ahora ya no queda bien usar esos términos; pero soy lo suficientemente viejo para que no me importe si no está de moda), sobre todo en los de antes de los años cincuenta del siglo pasado, donde siempre moría algún pianista en la película.

Pero ni siquiera en una película de vaqueros he visto un disparo tan intencionado contra un miembro de nuestro gremio. Hasta Polanski evitó una escena tan atroz (sobre todo para la víctima), aunque el gueto de Varsovia era un sitio mucho más brutal que el lejano oeste, y el que llevaba la pistola era un nazi con todas las letras. Luego me queda claro que lo tuyo fue una disputa propia, y la bala tenía toda la intención de matar.

Menos mal que tu mano tuvo la suficiente sensatez. O quizás sea mejor decir que esa bondad, que tenías hace tiempo, se mantuvo en tu mano, después de que cambiases y decidieses que era mejor matarme.

Por ello me gustaría que me permitieses besar esa mano por una sola vez. Y luego, si quieres me puedes matar con la otra mano. Con un poco de suerte esa mano también ha cambiado y tenemos una solución rápida.

(banda sonora del cuento: http://www.youtube.com/watch?v=G5bJHUFcWTQ)

JL Llorente

domingo, 26 de mayo de 2013

La deferencia a nuestra referencia

Distinguida audiencia:

Como les ocurre a todos ustedes, yo he tenido durante mi vida a algunas personas que he tomado, en distintos momentos y de distintas formas, como referencia para mi propia vida. Algunas son próximas y las he conocido directamente; otras son muy lejanas, y nunca las he visto, ni podré verlas porque ya están muertas.

Pero a las personas que son nuestra referencia, y muy especialmente a las más próximas y cercanas, se les debe una consideración, una deferencia, un respeto, un tratamiento más personalizado y una actitud particular, distinta.

Sin embargo, casi nunca lo hacemos. Ni ustedes ni yo. Seguro que alguno de ustedes se enfada conmigo por este comentario, pero antes de gritar una obviedad o de salir de la sala, piénselo solamente durante un segundo.

Son pocas las personas que son referencias de uno en la vida. Inicialmente son los padres. Los padres han sido la referencia fundamental de todos nosotros al principio de nuestras vidas. Podríamos decir nuestra referencia originaria.

Pero eso dura sólo hasta la adolescencia. Luego los abandonamos, aunque en la madurez volvamos a recuperarlos de algún modo. Los padres son sustituidos a continuación por los amigos, pero estos van cayendo como moscas en un papel engomado y siendo sustituidos uno tras otro, cada cierto tiempo, en el periodo turbulento en el que se gesta la personalidad. Y al final quedan tres gatos. Si quedan.

Si han tenido suerte, su pareja es otra muy importante referencia. Y si han tenido mucha suerte, es una referencia permanente. Quizás esa referencia es la que más debe ser valorada, pero de la valoración hablaremos luego.

Pasada la juventud y asentada nuestra personalidad, aunque yo creo que no existen las personalidades asentadas, y además es imposible, vamos conociendo distintas personas y vamos sumándolas, y también restándolas, a nuestras referencias.

Existen personas afortunadas, y seguro que hay más de uno en esta sala, que acumulan valiosas referencias personales, las mantienen y las cuidan. Que, de algún modo, se atan a ellas y les sirven de guía, de ejemplo. No importa como lo llamemos.

Y algunas referencias son buenas para mejorar un aspecto de nuestra personalidad y son necesarias otras referencias muy distintas para construir otro aspecto. Por ello, sólo los buenos cazadores, llamémoslos así, de personas de referencia pueden construir una personalidad más compleja, con más facetas, con más matices.

No por ello son mejores personas, ¡en absoluto!. Y por ello vuelvo ahora al punto de la valoración, que abandoné antes.

Porque las personas de referencia no siempre nos dan una visión adecuada de la vida, si no simplemente su visión. Y seguimos su ejemplo, o lo que creemos que es su ejemplo. Y mucho más a menudo, sólo seguimos lo que creemos que es su ejemplo, aunque a veces lo hemos malentendido.

Y desarrollamos esa nueva faceta, que no necesariamente es positiva. Porque la valoración nunca se puede hacer desde dentro. Aunque tampoco hay que fiarse únicamente de la valoración que se hace desde fuera. 

Porque para gustos hay colores. Por ello yo siempre preferiré una esmeralda a una aguamarina, aunque sean químicamente casi idénticos, con la diferencia de que una tiene más impurezas de cromo y la otra de hierro. Pero seguramente en la sala hay otras personas con distintas opiniones y gustos, y algunos de ustedes preferirán el heliodoro amarillo, que a mí me parece horrible, excepto por su bello nombre.

Lo importante es que el cristal que somos, o tratamos de ser, todos, esté bien pulido y con todas las facetas posibles. Y para ello, ustedes y yo tenemos que coleccionar nuestras personas de referencia. Y con cada una de ellas crear nuestro nuevo matiz de nuestra personalidad.

Pero, al mismo tiempo, hay que reconocer a esas, nuestras, referencias lo que nos están aportando. Lo que nos enriquecen. Lo que nos hacen evolucionar personalmente. Y por ello, hay que, si no homenajearlas, que quizás resultara excesivo, y en muchos casos imposible, por lo menos hay que mostrarles una deferencia.

Por cerrar esta pequeña exposición, me gustaría que cada uno de ustedes tratase de recordar cuantas veces ha mostrado la adecuada deferencia a las personas que son su referencia vital. Yo ya he hecho ese ejercicio, y les puedo asegurar que me siento avergonzado de las pocas e insuficientes que han sido.

Muchas gracias por su atención y ahora me encantaría responder sus preguntas.


JL Llorente

viernes, 24 de mayo de 2013

Venid y vamos todos con flores a María

La vieja canción del colegio aún resonaba en mi cabeza mientras caminaba cabizbajo hacia el cementerio, y buscaba, con una cadencia continua pero con una constancia inconsciente, un cadáver que estaba bajo una losa y bien fijada al suelo con cemento (y, en ese momento mi conciencia me avisó de que tenía una obsesión con la letra "c").

Pero ese día no llevaba flores al cementerio: ni claveles de pasión, ni rosas de amor,  ni gardenias de añoranza, ni siquiera un ramo de margaritas indecisas, o una orquídea, definitivamente sincera.

No llevaba flores, pero sí cemento. Y llevaba cemento a un cementerio, lo cual puede parecer una estupidez, pero no lo es. Porque lo importante es el dónde y el cómo lo llevas.

Y yo lo llevaba en mi cabeza, envolviendo todos mis sentimientos ante cualquier amenaza externa. Pero también bloqueando cualquier impulso emocional desde dentro

El cemento es un conglomerante que contiene una mezcla de caliza y arcilla. La mezcla se calcina y el resultado (ahí está el truco) se endurece en contacto con el agua. Es mejor que la mezcla de al cal y la arena, con la que se han hecho algunos refranes. Y menos pesado que el hormigón, que incorpora grava.

Como me habían llovido muchas penas últimamente, mi cerebro, donde guardo mi sensibilidad, ya estaba bastante calcinado, y se endureció con esas lluvias, con lo que mi carcasa de cemento bloqueaba mis sentimientos, y buena parte de mis sensaciones. Lo cual me dió una gran paz espiritual al llevar un casco interno para incidentes imprevistos. ¡El cemento funcionaba!

Cuando llegué al cementerio sentí una una pesadez extraña en mi cabeza y, a la vez, me sentí muy cansado, Y, casi sin darme cuenta me puse a cavar.

No te voy a contar qué pasó después, pero ya sabes que la historia acaba con un cadáver confinado en una tumba. Y ni siquiera ne ha dado tiempo de hablar de María, porque la letra "c" me ha centrado demasiado.

Así que el final de este cuento os lo cuento otro día porque el cuento continúa.

Eso sí, intentaré usar menos la letra "c".

JL Llorente



Las sensaciones del octaedro truncado

El octaedro, como todos sabéis, es uno de los cinco sólidos platónicos (de Platón) y representa el agua, pero yo siempre he preferido el icosaedro, el quinto, el que representa la unidad. Y no sólo lo prefiero porque cuesta un huevo construirlo a partir de una cartulina, sino también porque se puede jugar al futbol si se le rodea de un poco de cuero de vaca alrededor.

Pero el otro día descubrí el octaedro truncado. Y empecé a pensar en qué le pasaba cuando lo truncan. Vamos, cuando lo capan. Pero, no parece mucho en principio, ya que pasa de ser un sólido platónico a un sólido arquimediano (de Arquímedes), que, para los que no os acordáis, no fue profesor de Platón, que ese fué Aristóteles.

Y entonces llega la reflexión sobre lo que siente un octaedro capado. ¿Es menos macho que el platónico? ¿Sufre? ¿Se siente inferior, o, al contrario, se siente superior porque es capaz de rellenar con sus hermanos un mayor volumen de espacio dejando menos huecos?

Yo no lo sé y seguramente tú tampoco (de todos modos, si lo sabes, me lo dices), pero en todo caso, no vamos a discutir en que el octaedro truncado tiene más vértices y aristas, pero también más caras.

Y cada cara ve el mundo de una manera. Más caras son más perspectivas, más opciones y, claro, más sensaciones. Por unas entra mejor la luz y se refracta con éxito iluminando el precioso sólido arquimediano, que, por otra parte, es muy utilizado en joyería. Y por otras no, al ser las caras oscuras (y no estoy hablando de Star Wars). A veces no te basta con girar el sólido con la mano e intentar ponerlo hacia el sol. Una cara oscura no refracta ni refleja, sea de un octaedro capado o sin capar.

Y seguro que cuando el octaedro arquimediano refleja y brilla como una joya disfruta de su esplendor, aunque esté anclado a un anillo o a un pendiente. Y siempre creo que cuando el octaedro truncado no brilla es que está enfadado.

Por eso sigo prefiriendo al maravilloso icosaedro. Pero quizás sea porque me cae mejor Platón que Aristóteles, o es que también tengo la espalda ancha; y eso me jode.

JL Llorente

jueves, 23 de mayo de 2013

Morriña y saudade en un globo

La melancolía no siempre es un sentimiento negativo. A veces tiene un punto de alegría y esperanza. Porque recordar sucesos, lugares, personas o cosas que es difícil que vuelvas a ver, no es intrínsecamente malo.

Ahí está la diferencia entre la morriña gallega y la saudade portuguesa. La segunda es siempre triste, pero la primera no.

Cuando te sientes melancólico no es necesario sentirte triste y negativo. Al contrario, puedes sentirte esperanzado y alegre, e imaginar ese momento en que volverás a encontrar ese lugar, o a esa persona, o a esa cosa que quieres recuperar, o a que te vuelva a pasar eso que siempre deseaste que te volviese a ocurrir, y estás en esa situación en la que anhelas que se repita tu anhelo de nuevo (me encanta ser redundante conmigo mismo).

Y cuando esa melancolía se aferra a tus esperanzas, es uno de los sentimientos más positivos y creativos que puedes tener, aunque no lo creas. Y es el que te eleva sobre todas esas nubes negras, sobre esos cumulonimbos que amenazan tormenta, que van formando la típica forma de yunque y que luego dejarán una granizada sobre el suelo, porque más que yunques son martillos. Pero que cuando pasas por encima de ellos ves el cielo despejado de nuevo.

Y es entonces cuando sientes que esa melancolía esperanzada, esa morriña, puede convertirse en felicidad en algún momento. Por poner un ejemplo fácil, es cuando sientes y sabes que volverás a Galicia algún día y sólo piensas que se te hace largo el tiempo que te queda por llegar.

Pero, muy a menudo, en medio del cielo azul y despejado, muy por encima de las nubes de tormenta que tienes debajo, tu globo, tu maravilloso globo aerostático en el que vuelas, en el que has subido al cielo, se pincha.

Y cuando tu globo se pincha ya sabes lo que te toca. Que te caes, y no sólo tú si no también el globo, y todo el equipo, y todos tus anhelos largamente anhelados (redundo como un burro que rebuzna).

Por eso, y teniendo en cuenta que he pasado por situaciones parecidas más de una vez, (aunque nunca me he subido en un globo aerostático, todo hay que decirlo) entiendo también el enfoque portugués de la saudade, que no contempla fútiles esperanzas y consiste en una melancolía simple y nítida. Pero también más realista: quizás no vuelvas a Lisboa nunca.

De todos modos, como tengo sangre gallega, nunca dejaré de sentir morriña, … por ella. Y nunca aceptaré la saudade. 

Aunque nunca vuelva a verla, siempre mantendré la esperanza de volver a encontrarla.

JL Llorente

Un brindis al sol


Una vez que me di cuenta de que iba a fracasar, de nuevo, hice un brindis al sol, pero no me sirvió de nada. Toda la plaza que tenía a mi alrededor se me echó encima y me llamó de todo menos guapo. El problema era que en la plaza estaban presentes familia y amigos, compañeros de diversos momentos y vecinos, y también lejanos conocidos, pero cuya consideración también me importaba.

Un brindis al sol, tratando de ganarme al menos a la mitad de la plaza, para que la vergüenza que ya estaba sintiendo no se agrandase. Un brindis al sol, para reducir las miserias que estaban por llegarme. Un brindis al sol que no fue más que otro gesto inane.

Cuando llegaron la cornada y el revolcón apenas los sentí. Y cuando, horas más tarde, en la enfermería, me dijeron que había tenido mucha suerte y que apenas había sido nada, fue cuando sentí más pesar. Mi brindis al sol no había servido de nada, ya que en todos los periódicos se me dio por acabado. Y me refiero a acabado como torero.

Casi hubiese sido mejor que me diesen por acabado como persona. Y habrían acertado, aunque no estaba muerto.

Pero pedirles que escribiesen eso sería como hacer otro brindis al sol. Y ya no estaba dispuesto a avergonzarme más en público.

JL Llorente

miércoles, 22 de mayo de 2013

Tú sueñas cosas que me pasan a mi


Fue muy difícil soportar tu sueño de anoche. El accidente de tráfico, aparte de destrozarme el coche, enviarme al hospital y que tenga que llevar un collarín en el cuello durante un mes, ya ha sido la guinda del pastel.

Aún entiendo que no hayas podido evitar otros sueños que has tenido anteriormente, como cuando me puse enfermo de hepatitis, cuando me despidieron de mi empresa; y hasta tu sueño del año pasado en el que me rompí la pierna escalando. Y aunque me rescataron rápido y sólo estuve tres meses de baja, justo a continuación vino el despido. Pero ya sé que fue porque tú ya lo habías soñado antes, no por la pierna ni por los tres meses de baja.

Entiendo que no lo haces con mala intención, y que no puedes evitarlo. Pero te agradecería que fueses a una clínica especializada. Te recomiendo el IIS o la Ruber, aquí en Madrid, aunque en la Universidad de Navarra tienen también una unidad muy buena. Así podrías dormir más profundamente y descansar mejor. Y yo ya no sentiría el odio que elaboran tus sueños y que yo tengo que sufrir.

O quizás, la otra opción es que sueñes mi muerte de una vez por todas. Pero entonces te pediría que me soñases una muerte limpia, rápida, fugaz, y sobre todo, no dolorosa, ¡por favor!, que ya estoy bastante machacado.

Y si pudiese escoger, que ya sé que no puedo, te propondría que escogieses para mí un sueño con una muerte dulce. A ser posible entre tus brazos. Pero estoy seguro de que esa no va a ser precisamente tu elección.

JL Llorente

martes, 21 de mayo de 2013

Exultante de gozo

Así me sentía tras aquella maravillosa tarde. Y si pensaba en cómo había ido la mañana, ya no sólo estaba exultante, si no exultantérrimo, si es que puede existir esa palabra, aunque creo que no.

Pero la rosa roja pronto se marchitó, la manzana cayó del pomar y se la comió un cerdo, y el gozo, como no podía ser de otra manera, acabó en un pozo, ... séptico.

Me angustian los pozos sépticos. Y por varios motivos. El primero porque son una muestra del bajo nivel de civilización en la que vivimos. Ya los romanos sabían de la necesidad de canalizar los residuos. Luego, nuestros tataratatara...abuelos inventaron el término alcantarilla que no significa más que el puente para tirar la mierda a un sitio más lejano, más que nada por no soportar el olor.

Por ello odio los pozos sépticos. Ya sabéis que séptico (bueno, igual no lo sabéis) viene de una raíz latina que significa separación, como Septiembre separa el verano del otoño, o un sepelio separa el muerto de sus familiares. Y un pozo séptico trata de separar nuestra mierda de nuestra vida habitual.

Pero también me angustian los pozos sépticos por su negrura. No hay cosa más fea y desagradable. No hay nada más amenazante. Un pozo asqueroso y mal oliente. Y si te caes dentro, te mueres, ... eso sí, rápidamente, ... pero también de asco, antes de asfixiarte.

Y así, mi maravillosa tarde se convirtió en pesadilla cuando la rosa se marchitó de pronto y cuando la manzana cayó y mi gozo también. Creo que todos terminaron en el mismo pozo. Bueno no, la manzana acabó en la barriga del cerdo, pero casi es lo mismo.

Nunca hubiese creído que mi gozo pudiese acabar en un sitio tan desagradable e inmerecido. Era un destino cruel para ese gozo sublime; y también para la rosa y la manzana, por supuesto, pero esas me importaban menos.

Cuando acepté la situación estaba exultante de pena, aunque esta expresión sea un oximorón. Y sólo pude refugiarme en el lejano recuerdo de mi gozo perdido, ... que olvidaré en seguida, en cuanto me muera. Esa es la parte buena. Porque a veces es difícil soportar esta mierda de vida.

JL Llorente




lunes, 20 de mayo de 2013

Rezamos demasiado poco


Por eso tenemos tanta ansiedad. Lo oí el otro día en la televisión.

No es que la ansiedad me la provoque el riesgo de perder mi puesto de trabajo, ni mi hipoteca, ni la evolución de los estudios de mis hijos, o las normales oscilaciones de las relaciones con mi pareja, ni los otros problemas físicos o económicos con los que tengo que lidiar periódicamente.

No. La ansiedad me la produce el rezar poco. Y estoy seguro de que es así, porque lo oí en la televisión. Y lo que sale en televisión es una verdad absoluta, como todo el mundo sabe.

Pero mi problema está en que por rezar tan poco, o para ser más exactos, no hacerlo desde hace tanto tiempo, cada vez me cuesta más. Cierto es que hace mucho que no lo intento, más que nada porque no me he preocupado de ese tema durante la mayor parte de mi vida. Y eso, creo, que se llama ser agnóstico, que en griego significa, mutatis mutandis (ya sé que esto es latín y no griego, pero mi griego es más escaso aún que mi latín), que te la suda todo ese rollo.

Pero no por ello dejo de estar preocupado. En la televisión han dicho que no rezar te produce ansiedad, y yo no quiero sufrirla. No quiero estar angustiado y tener el riesgo de tener un infarto. No quiero provocar más gastos a la Seguridad Social, sea por medicación, tratamientos o baja por enfermedad, que no estamos para estos lujos, con la que está cayendo.

Por ello, he intentado volver a rezar. Pero ya no me acuerdo de cómo se hacía. Y he pensado en pedirle consejo a una antigua amiga que reza bastante.

El problema es que, desde que ella y yo nos enfadamos, verla me crea ansiedad. Una ansiedad intensa, que llega casi a la angustia y me pone en riesgo de un infarto. Y eso serían costes adicionales para la Seguridad Social. Así que no puedo usar esa opción.

De todos modos nunca supe por qué rezaba tanto. ¿Sería porque sentía ansiedad?

JL Llorente

domingo, 19 de mayo de 2013

Punto de inflexión


No tiene ninguna importancia lo que yo opine de ti, ni lo que tú opines de mí. Lo único que tiene importancia es como nos comportamos cada uno con el otro. Sí; me dirás que el comportamiento está relacionado con la opinión, que lleva a la consideración, y por tanto dirige el comportamiento. Y yo te contestaré que no, de nuevo. Porque la opinión no está relacionada más que con el análisis, y no con los sentimientos. Y lo mismo que puedes adorar a una persona objetivamente despreciable, puedes no reconocer como se merece a una persona admirable. Pasa todos los días y nos pasa a todos.

El punto de inflexión está en el comportamiento. En la segunda derivada. Esa que puede ser positiva o negativa. Y cuando es negativa, ya sabes que la curva caerá. Quizás la pendiente aún es ascendente, pero cada vez menos. Sabes que antes o después la pendiente será negativa o nula. Y el punto de inflexión lo determina el comportamiento.

Ahora que ya es negativa la pendiente, sólo un nuevo punto de inflexión puede cambiar la tendencia. Quizás un cambio de opinión pudiera crearlo, pero yo lo dudo mucho. Vuelvo a decirte que es un tema de sentimientos. Y los sentimientos se expresan con gestos.

Quizás un beso sería suficiente.

JL Llorente

Justicia escasa

La generosidad era un lujo que se podía permitir, pero el modo en que la administraba se confundía a veces con la caridad. Y esa fué la primera pista que nos condujo a su detención.

Todo el mundo estaba de acuerdo en que era una persona generosa, cuando luego, pero tras un gran esfuerzo de investigación, pudimos comprobar que no lo era en absoluto. Símplemente lo aparentaba.

Cuando descubrimos su engaño ya era tarde para muchos. Ya había hecho mucho daño y a muchas personas.

Tras su detención se mantuvo firme durante casi tres horas. Pero al final confesó y nos cantó La Traviata de un tirón. Y casi con satisfacción de sus logros.

Llevaba una doble vida desde hacía muchos años. Lucía su perfecta imagen de buena persona en público mientras buscaba sus víctimas y su maldad rugía en su interior. Y cuando encontraba a la víctima más adecuada se abalanzaba sobre ella y la desmembraba con la eficacia de un maestro carnicero. Su precisión estaba basada en el uso de una metodología que seguía a rajatabla.

Nos contó que lo más importante era asegurarse de que la víctima no tenía que prever, ni de lejos, de dónde podía llegar el ataque. Y usar su generosidad bien administrada era el mejor instrumento para conseguir una confianza absoluta de los que se convirtieron en sus víctimas.

Y después venía el golpe brutal, destructivo, de una sola vez. Esa bomba emocional en el centro del cerebro, que producía una víctima segura, y muchas veces, otras colaterales. Pero de sus víctimas colaterales nunca pudimos acusarla.

Con las pruebas que conseguimos y su declaración, el Juez de Delitos Emocionales la condenó a muerte en la silla eléctrica.

Y me pareció una pena injusta, ... por escasa.

JL Llorente

El fin del feudalismo

FEUDO: Futuro, Energía, Unidad, Dinamismo y Objetivo

Cuando Jorge miró la placa de la empresa a la entrada del edificio sonrió. Tenía la suficiente confianza en sí mismo para estar seguro de que iba a conseguir el trabajo. Y que iba a ser el trabajo de su vida. Porque iba a trabajar en el sitio adecuado en el momento adecuado. Y, aún más, era la persona adecuada para ese puesto. No sólo lo sabía, si no que además lo sentía.

La entrevista salió bien, como esperaba, y la oferta económica fue razonable, por lo que Jorge la aceptó ya sin dudar.

Quedó en volver al día siguiente a firmar el contrato y así lo hizo. Y los siguientes meses fueron intensos: las semanas iniciales de formación corporativa; algunas asignaciones en distintos países; un par de proyectos duros de los de no dormir apenas; y finalmente, la promoción a la alta dirección, que por supuesto, implicaba nuevos cursos, asignaciones y proyectos cada vez más complejos. Pero esa promoción ya aseguraba que Jorge había conseguido su primer objetivo.

Un año después de su entrada en FEUDO, Jorge alcanzó el puesto de Director General de su país. Y poco después el rango de Vicepresidente de la corporación multinacional, con lo que empezó a tener acceso a algunos datos reservados.

Jorge aún tardó tres años más en alcanzar el puesto de Director General Mundial (WWGM en inglés) del Sector de Armamento. En ese momento ya pudo consultar todos los datos confidenciales de la corporación que buscaba.

Entonces convocó un congreso en un pequeño hotel de Perth. Y me refiero al de Escocia, no al Perth de Australia. La lista de invitados era personalizada e incluía miembros de distintos departamentos, desde investigación básica hasta la fuerza de ventas, y por supuesto, de distintos países.

Además, Jorge había aprobado, por adelantado, todos los costes de estancia y desplazamiento a costa de su propio departamento, con lo cual todos los convocados aceptaron la invitación.

Perth, antigua capital de Escocia y también llamada "la ciudad hermosa", ahora es poco más que un pueblo grande algo ahogado por la cercanía a Edimburgo. Jorge escogió el hotel Huntingtower en las afueras de Perth, un sitio discreto y retirado.

El primer día de trabajo empezó con un desayuno en el que los distintos invitados se fueron conociendo entre sí. Y luego se pasó a la primera conferencia que duró hasta el mediodía. A esa hora todos los invitados, incluyendo los que habían tenido retraso en sus vuelos, ya habían conseguido llegar..

El comedor estaba a rebosar cuando Jorge sacó su teléfono y tecleó el código de activación de la bomba.

Lo último que pensó fué en la pena que sentía por los empleados del pequeño hotel. Pero eran víctimas colaterales. Como lo había sido su hija cuando FEUDO había experimentado en medicina sin éxito.

(La idea sobre el nombre de la empresa FEUDO proviene del libro "Nosotros, los ahogados" de Carster Jensen)

JL Llorente

miércoles, 15 de mayo de 2013

Cuestión de matices


- ¿Sabes a lo que más miedo tengo?

Fernando miró a Carlos sorprendido y casi balbuceó al responderle.

- ¿Pero tu tienes miedo a algo? Quiero decir, tú, que has hecho las cosas más raras del mundo y las más arriesgadas. Que has sido piloto de carreras o que has navegado cruzando el Atlántico. Y aún me acuerdo de la época en la que te dio por la escalada y casi te matas en los Alpes. No me puedo imaginar que tengas miedos, salvo que sea a las arañas, y aún así lo dudaría.

Carlos se rió y se inclinó sobre la mesa sobre la que estaban tomando el café.

- En parte tienes razón. Y sí, he hecho todas esas cosas que mencionas, y también algunas más, quizás más peligrosas. Pero esas últimas me las reservo para mí, porque ni mis mejores amigos, como eres tú, podéis tener acceso a toda mi vida. De todos modos, y para ser conciso, los deportes de riesgo que he practicado sólo suponen, como mucho, la muerte; y a menudo una muerte rápida y muchas veces limpia.

- ¿Limpia?

- Limpia como una patena. O como se supone que debe de estar limpia la patena donde se ponen las hostias. Pero volvamos a lo nuestro, o a lo mío, o a las muertes limpias. Un choque en una carrera, un alud en una montaña, o una borrasca imprevista, sólo pueden matarte. Sin más. Y hay muchas muertes peores.

Carlos se recostó en el sillón y aspiró el humo de su cigarro. Fernando también hizo lo mismo mientras intentaba imaginar sobre de qué estaban hablando.

- Es decir, que no es la muerte en sí lo que te da miedo. A ver si voy centrando el tiro, aunque no es la mejor expresión en este caso y no trato de hacer un chiste. Pero es que me siento algo perdido.

- Por supuesto que no tengo ningún miedo a la muerte. ¡Faltaría más! Y por supuesto que tengo miedo a los matices asociados a la muerte, y en concreto, y por lo que me implica, de la mía.

- ¡Joder! Ya no entiendo nada de nada. A ver si sentamos algunas bases. No tienes miedo a morirte y lo has demostrado mil veces con todas las gilipolleces que has hecho durante toda tu vida. Y ahora me vienes con que sí tienes miedo a los matices, que ya me explicarás que son, de tu muerte. Quizás el tonto soy yo, pero, lo siento, me he perdido de nuevo. No entiendo que la muerte tenga matices.

Carlos apagó el cigarro en el cenicero antes de contestar.

- Creo que has entendido la base del discurso, pero no los matices. Y los aspectos, los matices, las percepciones o las perspectivas, llámalos como quieras, son muy importantes. Ya sabes que el diablo está en los detalles. Voy a explicártelo con ejemplos. Si mueres ahogado, o despeñado o en un choque en una carrera, tu cuerpo muerto mantiene, por decirlo así, una pose digna y respetable. No importa tanto el cómo has muerto ni el grado de podredumbre del cadáver. No importa si está hinchado por ahogarse y parcialmente comido por los peces, pálido y rígido por la congelación en la nieve, o simplemente calcinado por el choque frontal que incendió el vehículo. Son muertes dignas y con cadáveres dignos. Hasta una muerte vulgar como la que te produce un infarto cuando paseas por un parque es digna y respetada. Y aún diría más claramente, es una muerte soportable. Pero hay otras que no lo son y a esas son a las que temo.

A Fernando le costó algunos segundos contestar y sólo lo consiguió tras un gran esfuerzo.

- Empiezo a entender de qué hablas con tus matices de la muerte. No es que comparta tus ideas, pero por lo menos las empiezo a entender. Sin embargo, me gustaría recapitular un poco. Si te he entendido bien, y por simplificar, no tienes miedo a morir, si no a cómo mueres. Y el cómo es a lo que tú llamas matices. Pero morir sólo se muere una vez, y no intento hacer otra broma. Entonces, una vez muerto ¿qué te importa cómo haya sido?

Carlos encendió otro cigarro antes de contestar y volvió a recostarse, y también a sonreír.

- En las ocasiones importantes, las formas también son importantes: bodas, bautizos, actos del ayuntamiento o fiestas nacionales. Todo el mundo va endomingado (me encanta esta palabra porque es autorreferente) para la ocasión. Y la segunda más importante ocasión, evento, suceso o cómo quieras llamarlo, de la vida de una persona es su muerte. La primera es su nacimiento, pero el individuo no está en ese momento en condiciones de apreciarla. Sin embargo, cualquier persona es capaz de planificar y definir su muerte, en mayor o menor grado. La prueba es que los notarios llevan siglos redactando testamentos. Pero me estoy extendiendo demasiado.

Después de echar otra calada al cigarro y beber un sorbo de café continuó.

- Vuelvo al principio. Y te lo digo a ti que eres mi mejor amigo. Lo que tengo miedo es a los matices de mi muerte. Y hay días que tengo verdaderas pesadillas.

- ¿Quieres contármelas, o son demasiado personales?

- Sólo te contaré una, pero que es la más recurrente. Sueño que me resbalo en la ducha y me desnuco. Un par de horas después alguien entra en el baño, no sé si mi mujer, alguno de mis hijos o la chica que limpia la casa, y me ve y grita. Después llegan médicos, supongo, y policías. No me entero del todo, ya que se supone que estoy muerto, pero me sigue dando vergüenza que un montón de gente me vea tendido desnudo sobre la bañera. Sobre todo ahora con este cuerpo viejo que tengo.

- Es un mal sueño de verdad: soñar tu muerte.

- Sigues sin entender nada. La importancia está en los matices. Soñar que mueres no es un problema. De hecho el cerebro tiene un mecanismo automático por el que te despierta bruscamente si estás soñando una situación límite. Nadie puede verse a sí mismo muerto del todo en su propio sueño. Pero sí puede sentirse avergonzado profundamente por un sueño. Y para eso no hay un mecanismo. Y cuando se repite y se repite….

Fernando encendió un cigarro y tomó un sorbo de café.

- ¿Has pensado en consultar con un médico?

- Sí, pero lo he descartado.

- ¿Entonces?

- He pensado en recurrir a mis amigos y en concreto a ti. Ya te he explicado el problema y creo que ya has deducido la única solución. En el aparador que hay junto a la pared hay una pistola cargada. Como ves, encima del aparador hay una pequeña toalla que puedes poner sobre mi cabeza para que sea menos desagradable para tí. La pistola puedes arrojarla al canal que pasa por delante de casa y nadie sabrá que has estado aquí esta noche. Ni siquiera tu mujer; también de eso me he asegurado, haciéndole una llamada mientras venías. Y deja las luces encendidas.

- ¿Me estás pidiendo que te mate?

- Es una cuestión de matices, pero yo lo describiría mejor como que te estoy pidiendo un favor.

JL Llorente

martes, 14 de mayo de 2013

Midiendo besos


He besado a algunas chicas a las que nunca quise, y nunca pude besar a otras a las que, en ese momento, quería con pasión. No merece la pena hacer esas dos listas por separado, porque, además, figurarían nombres repetidos en ambas. Con lo cual, para que todo tenga sentido, sería necesario incluir las fechas de cada beso o no-beso.

Pero si incluimos las fechas, las listas se convierten en cronogramas. Y los cronogramas son fríos, pero eso sí, son también muy explícitos. Y presentan los hechos con rigor, aunque no sean capaces de representar las pasiones.

Pensándolo un poco más, he llegado a la conclusión de que quizás no fuese tan mala idea hacer un cronograma de besos, pero combinándolo con el correspondiente de no-besos. Y si además incluimos distintas ponderaciones, desde el beso muy deseado y conseguido hasta el siempre anhelado y nunca obtenido, pasando por el insustancial, el de trámite o el del calentón, probablemente el cronograma reflejará de algún modo tu historia emocional.

Así que me he puesto a hacer este ejercicio, y naturalmente, tomando como muestra mi propia vida, he creado una hoja de cálculo. Voy a contaros la metodología que he seguido, más que nada porque si detectais algún error, ya que mi intención es que la hoja de cálculo sea reutilizable por todos vosotros.

Lo primero que he hecho es crear una primera hoja con una columna en la que ido incluyendo a todas las chicas que besé o quise besar, y asignándoles un número secuencial, según voy escarbando entre mis recuerdos, y sin tener en cuenta si las había conocido antes o después. O si las quería besar en un momento o en otro, que de todo ha habido.

Después ha creado una segunda hoja donde relaciono el código secuencial de cada chica con fechas, concretas o aproximadas (mi memoria ya no es tan buena). Naturalmente los códigos se repiten ocasionalmente, y algunas veces intensamente, pero ordeno la tabla por fechas cada vez que hago una nueva entrada.

En esta segunda hoja he añadido una tercera columna que titulo E-F: éxito o fracaso. Esta columna puede tomar los valores desde 1, ese beso ilusionante que no olvidarás en la vida, hasta el 5, ese rechazo total que te sume en la miseria. Esta columna la lleno manualmente según mi experiencia o lo que recuerdo de esa experiencia.

Finalmente, he completado la parte más mecánica. La matriz de poderación E-F que da los pesos para cada resultado de la segunda hoja, las macros de cálculo, y los gráficos de salida de los cronogramas emocionales, que son varios.

Sigo completando datos según mis recuerdos afloran, pero los resultados siguen siendo pésimos. No sé si tengo que corregir la matriz de ponderación, o simplemente, he sido más infeliz de lo que pensaba durante toda mi vida.

La verdad es que, en el fondo, preferiría la segunda opción, porque engañarse a uno mismo es uno de los mejores métodos para ser feliz.

Por eso odio tanto las hojas de cálculo.

JL Llorente

lunes, 13 de mayo de 2013

La importancia de respirar profundamente


Cuando mi esposa me dijo, tras acabar de cenar, que quería que nos divorciásemos, lo primero que sentí fue sorpresa. Durante unos momentos me quedé simplemente con la boca abierta, y luego, tras respirar profundamente, lo único que se me ocurrió fue sonreír.

Tampoco fue una respuesta muy inteligente, pero al menos sí fue sorprendente para ella. Respiré profundamente de nuevo y le pregunté el porqué de su petición, por llamarla de algún modo, ya que el tono de su voz reflejaba más bien una exigencia.

Ella expuso una lista muy larga de motivos, bien argumentados y casi podríamos decir que bien documentados, que no eran refutables, ni en conjunto, ni uno por uno. No pude hacer otra cosa que asentir ante cada uno de ellos.

Volví a respirar para mantener la calma, ya que cada vez estaba más angustiado. También noté que ella estaba más alterada, pues aunque tenía completamente preparado su discurso, no le era fácil expresarlo.

Después de aceptar todos sus motivos, y respirar de nuevo, le hice una sola pregunta:

- Ya me has dicho el porqué y lo entiendo, pero no me has dicho el para que.

- No te entiendo.

- ¿Para qué te quieres divorciar?

Entonces fue ella la que respiró profundamente, se apoyó más atrás en la silla, y sonrió.

- No hay un para que. ¡No pienses cosas raras!

- Y entonces, al no haber un para que, ¿no sería más fácil corregir los porqués en vez de meternos en este lío?

Los dos volvimos a respirar profundamente y al mirarnos a los ojos no pudimos evitar sonreír. Me levanté de la silla y le dí un beso, y nos fuimos a dormir, porque la discusión nos había cansado mucho a los dos.

Pero antes de dormirme tuve que volver a respirar profundamente varias veces.

JL Llorente

La rana y el escorpión


La primera vez que vi a Blanca no me cayó muy bien. Quizás tenía demasiado carácter. Pero, poco después, fui descubriendo en ella una personalidad con muchos matices, todos ellos interesantes, aunque no por ello todos me gustasen.

Después me di cuenta de que cada vez que veía sus ojos de azul profundo me sentía como si estuviera navegando por una hermosa cala mediterránea. Y cuando miraba su pelo rubio y ondulado me sentía como si estuviera tendido sobre una duna de playa y abrazado por el calor del sol. A veces incluso me ilusionaba con que estaba siendo abrazado por ella, pero sólo por un momento, y eso era un desvío de mi imaginación.

Con los años fui descubriendo más aspectos de su personalidad, y todos eran sorprendentes. Y todos elevaban mi consideración por ella. No voy a entrar en detalles por simple respeto y pudor sobre la intimidad de las personas.

De todos modos, lo que más me impresionó de Blanca fue su bondad. O su supuesta bondad, porque esto ya parece un panegírico. Porque, sobre todo, ella era una persona de contrastes. A veces agria y a veces dulce; a veces generosa y a veces todo lo contrario, por no poner otro adjetivo que suene más desagradable. Y cuando vuelvo a su bondad, el contraste era aún más acusado.

Puedo decir y atestiguar ante un juez que nunca la he visto hacer daño a nadie, salvo una vez. Al contrario, la he visto hacer muchas cosas buenas y ayudar a mucha gente. El problema es que la única vez que la he visto hacer daño a alguien, la victima fui yo.

Y no fue tanto el daño que me hizo, que fue mucho, si no lo inesperado del daño. O quizás lo despiadado que fue. Quizás utilizar el término saña no sería del todo inadecuado.

Cuando logré recuperarme, muchos años después, comprendí que no había sido voluntario el daño que había hecho. Era una cuestión de naturaleza, y Blanca seguía siendo tan buena o tan mala como había sido siempre.

Y ni siquiera tuvo que ahogarse. Ni yo tampoco, aunque me faltó poco. Pero eso también va en mi naturaleza de rana.

JL Llorente

domingo, 12 de mayo de 2013

Pendientes

Nunca me atreví a comprarle a Clara aquellos pendientes que había escogido para su cumpleaños. Y seguían en el escaparate de la tienda mirándome cada vez que pasaba camino de mi trabajo.

Nadie más los había comprado. Y eso me alegraba, porque tenían que ser para ella. Y a la vez me apenaba, porque seguía viéndolos ahí, tristes y abandonados durante meses.

Hasta que un día desaparecieron del escaparate.

No pude reprimir el impulso y entré en la tienda, y pregunté por ellos. La dependienta, muy amable, me dijo que los habían vendido el día anterior, que era un modelo descatalogado, y que no podían pedirme otros iguales, aunque me ofreció otros modelos muy parecidos e igual de bonitos; pero los rechacé.

Unos días después Clara me dijo que se casaba, y me invitó a su boda. Con una mala excusa, le aseguré que iría a la ceremonia, pero que no podía quedarme al convite.

Al acabar la ceremónia, me acerqué a felicitar a Clara y a despedirme. Y vi que llevaba mis, ahora sus, pendientes.

Y sentí muchas sensaciones a la vez. Primero, la tristeza porque se hubiese casado con otro, pero también la dicha por lo bien que le quedaban unos pendientes que habían sido diseñados para ella.

Y también comprendí que nada hubiese cambiado si le hubiese regalado esos pendientes por su cumpleaños. Porque yo ya estaba casado mucho antes con mi propia obsolescencia.

Lo que más me dolió fue ver que los pendientes estaban aún más tristes, casi llorando. Como yo, que también estaba descatalogado como ellos.

JL Llorente

viernes, 10 de mayo de 2013

Los cuentos de Isla Azul


El cohete

“Vete por los hondos espacios del alto firmamento a atestiguar por donde pases que no hay dioses”. Esta frase no es mía; pero me hubiese gustado escribirla; desgraciadamente ya estaba escrita y es más antigua. La escribió Séneca el Joven, Lucio Anneo, hace más de dos mil años, y la puso en boca de Jasón el argonauta, en su tragedia “Medea”.

Por ello, cuando Ikea sacó su nuevo cohete montable de propulsión iónica, fui corriendo a comprarlo. La verdad es que tenerlo listo me llevó más de un mes, porque perdí dos tornillos Trondheim y una tuerca Maelstrom. Lo peor fue lo de la tuerca, porque en la ferretería no sabían como era, y hasta que no vi en la wiki como se llamaba en inglés (whirlpool, como las antiguas lavadoras) no hubo manera de encontrarla. Es lo que tienen estos chicos del hardware.

Al final conseguí ensamblar el cohete y le añadí dos turbinas Trent 900 Rolls-Royce para el despegue, más que nada por seguridad; y también porque me habían salido baratas en un desguace de Airbus-380 que tenía cerca de casa. Incrementaban el peso del cohete en 13 toneladas, más otras 20 para combustible. Pero no puedes andar con pijadas en un despegue interestelar, ni puedes escatimar en gastos.

Después de hacer una fiesta de despedida con amigos, familia, y un montón de gente que no conocía de nada pero que se apuntó a las cañas y pinchos gratis, pegué una cabezada en el sofá y me puse el traje de astronauta. Eso sí, no me puse aún el casco, porque me da calor los días que pega mucho el sol. Y en Madrid, en junio, son todos los días.

Cuando estaba a punto de subir a la escalerilla del cohete y había advertido a los admiradores que venían a despedirme de que se alejasen, tras decir unas sencillas palabras (bueno, sólo eran tres admiradores, así que no tuve que decir mucho), de repente llegó corriendo Anita y dijo que se iba conmigo a las estrellas.

Venía con una funda de mecánico azul clásica (vamos, lo que se llamó toda la vida un mono, aunque el mono vaya dentro), que le quedaba muy bien, y un casco de moto. Intenté convencerla de que no viniese porque era un viaje sin retorno, no como el de los argonautas, que ella no iba adecuadamente vestida para la ocasión, que quizás fuese peligroso, que su peso adicional ponía en peligro la misión (me arrepentí de decir eso cuando me soltó una bofetada), y bueno, ya no dije más. Así que subimos los dos al cohete.

Después de comprobar los sistemas de la nave, y conseguir que Anita cambiase su funda de mecánico y su casco de moto por un verdadero traje de astronauta (esta parte no la describo con detalle porque soy un caballero, pero os podéis imaginar que fue muy interesante), saludamos por la ventanilla a nuestros admiradores, a los tres, y nos pusimos los cinturones de seguridad preparándonos para la brutal aceleración que íbamos a sufrir.

Puse en marcha las turbinas Trent 900, pero sólo arrancó una. En todo caso era un empuje redundante, así que no importaba, y encendí los motores iónicos de Ikea. ¡Le voilà! El cohete comenzó a ascender, aunque un poco escorado a babor, ya que el Trent de babor era el que no funcionaba.

Manteniendo firmemente el rumbo, incrementando la potencia de los motores iónicos, y apagando la turbina que funcionaba, conseguí alcanzar la estratosfera, y poco después estábamos en microgravedad. Entonces Anita se soltó los cinturones de seguridad y, tras darse varios golpes contra el techo, acercó su casco al mío de un modo muy atractivo.

- ¡Esto es increíble! - Y me dio un beso virtual entre los dos cascos, pero claro, no sentí nada más que el choque entre ambos cascos y que me produjo un chichón en la frente. La verdad es que los cascos no eran muy buenos, porque los había comprado en las rebajas del Leclerc de Vallecas, pero mantenían la presión de los trajes, aunque no permitían las relaciones más intensas relacionadas con la líbido.

Una vez que nos estabilizamos y conseguí que Anita volviese a sentarse en su asiento y se abrochase el cinturón (que, por otra parte, aseguré con un candado, eso sí, digital) forcé el motor iónico y entramos en warp.

Para los incultos en física teórica o navegación interestelar, que seréis muchos, warp significa pliegue. Y no un pliegue cualquiera, si no un pliegue del espacio-tiempo sobre otra dimensión. Un pliegue que te manda en segundos a tomar por el saco a la otra punta del universo. El único problema es que el universo no tiene puntas. Ni puntas, ni vértices. Tampoco aristas, lados o apotemas. O sea, pliegas el universo, te vas a tomar por el saco y no sabes a donde llegas. Pero mola.

El warp, el pliegue, puede modularse, es decir puede fijarse su intensidad. Es como doblar un papel. Puedes doblarlo por la mitad, y volver a doblarlo por la mitad y volver a doblarlo por la mitad. Cuantos más dobleces hagas menos idea tienes de donde acabas. Yo había decidido hacer un warp-4, que me llevaría, más o menos, a la nebulosa del Saco de Carbón, que descubrió Vicente Yáñez Pinzón en 1499 y está entre Centaurus y Musca.

Lo que pasa es que, en ese justo momento, Anita, que estaba enredando con su móvil, consiguió liberar su candado digital, salió disparada hacia el techo, contra el que chocó, y al rebotar me dio en el brazo que manejaba la palanca del warp. Y la jodimos.

La nebulosa del Saco de Carbón también se llama Nube Oscura de Magallanes, mientras que las Nubes de Magallanes, o sea las claras por no decir las normales, son dos galaxias cercanas a la nuestra, y que están mucho más lejos. Pues bien, el rebote de Anita contra mi brazo hizo que yo empujase la palanca y la pusiese en warp-8. Y, a tomar por el saco, y esta vez no era el de carbón. Terminamos en la Pequeña Nube de Magallanes, a unos doscientos mil años luz de la Vía Lactea.

Le eché una bronca tremenda a Anita y le obligué a volver a ponerse el cinturón. Pero luego me hizo una encantadora caída de ojos y no pude seguir riñéndola. Después intenté saber adonde habíamos llegado.

Teníamos justo enfrente una estrella de clase G, con varios planetas alrededor. El segundo tenía buena pinta y nos dirigimos hacia él. Más que nada porque no se nos ocurría nada mejor que hacer.

Ya desconectado el motor iónico y sólo con los Trents 900 (conseguimos arrancar también el de babor), nos pusimos en órbita polar y echamos un vistazo. Bueno, un vistazo muy largo, porque estuvimos dos semanas en órbita mientras intentábamos montar el transbordador de Ikea que venía de serie con el cohete de propulsión iónica. Estuvimos a punto de abandonar cuando perdimos una tuerca Maelstrom, pero luego la encontramos debajo de una mesa.

Finalmente, subimos al transbordador y bajamos al planeta, que habíamos llamado Isla Azul en un esfuerzo de originalidad.

La historia posterior merece otro cuento, pero os puedo adelantar que fuimos muy felices en ese nuevo mundo. Anita tuvo tres hijos con un islazulito y yo otros dos con una islazulita. Nuestro cohete de Ikea siguió en órbita, y vamos periódicamente a él de vacaciones con la familia o a hacerle mantenimiento.

Y lo más sorprendente: después de cruzar medio universo no he encontrado ningún dios. Debe ser que Séneca tenía razón. Y se me olvidaba decir que los islazulitos son muy inteligentes y, además, no saben que significa la palabra dios.

La lanzadera

Lo mejor que tiene el planeta y la sociedad de Isla Azul es que no usan dinero. No usan monedas ni billetes, y sólo tienen un banco que se llama el Santander Intergaláctico.

Según bajamos de la lanzadera Anita y yo, nos encontramos como unos doscientos islazulinos que nos estaban esperando. Fueron muy simpáticos y nos dieron muchos abrazos y besos. Bueno, a Anita la abrazaban y besaban más los islazulinos y a mí más las islazulinas, aunque hubo alguna excepción.

Apareció luego un personaje que parecía importante, y nos dijeron que era el Presidente de la Región Autónoma y que nos daba la bienvenida oficial, que duró media hora, y que una vez que la tradujimos (con Google Interplanetary Translator - a partir de ahora GIT) sonaba como “Hola, ¿Qué tal?”

Después nos dio una tarjeta de crédito a cada uno. Porque, si no tienes tarjeta de crédito en Isla Azul estas jodido. Porque, como no usan monedas, sólo puedes pagar con la tarjeta. Y sólo pues cobrar de una tarjeta. Al principio es un follón, pero cuando te acostumbras, termina siendo muy fácil.

Nos dieron también de comer y beber en un bar-restaurante muy apañado que estaba cerca de dónde islazulizamos, y que tenía unos bogavantes cojonudos (aunque no eran tan buenos como los de Pescanova de Angola), que tomamos con arroz caldoso. Después de que quedamos bien hartos, nos invitaron a unos chupitos que celebramos brindando a la salud del Presidente, y nos llevaron a dormir a una casa rural. Allí nos dieron ropa local para que pudiésemos quitarnos los trajes de astronauta de una vez, que ya olían un poco después de un viaje tan largo.

El día siguiente también empezó estupendamente, porque nos dieron para desayunar unos chorizos a la sidra con patatas fritas que estaban como dios (bueno no se lo dijimos así, porque los nativos de aquí no entienden la palabra, pero buscamos un sinónimo en GIT). Pero, a continuación, nos dijeron que se acababa la fiesta y que teníamos que empezar a trabajar.

El sistema laboral de los islazulinos es bien fácil. Tú trabajas en lo que sabes o en lo que puedes hacerlo suficientemente bien. Por tu trabajo te pagan en la tarjeta. Y cuando quieres comprar algo, lo pagas con la tarjeta también. Pero para evitar los vicios del capitalismo terrestre, los islazuldinos tienen un mecanismo adicional de techo-suelo de crédito en la tarjeta. No puedes acumular más dinero del que puedas gastar en un año, aunque tomes arroz con bogavante todos los días. Pero siempre tendrás un saldo suficiente para comer huevos fritos con patatas todos los días del año. Y algún día, aún te sobra para un chorizo a la sidra para celebrar tu cumpleaños o invitar a un amigo.

Anita y yo estuvimos toda la mañana pensando de qué podíamos trabajar. Le dimos vueltas a la mollera hasta que acabamos mareados. La opción de desmontar el cohete y vender las piezas era complicada, aunque podía darnos mucho crédito, porque los islazulinos no tenían tuercas Maelstrom, ni tornillos Trondheim. Hasta los motores Tremp 900 podían valer para algo.

Pero era muy complicado desmontar el cohete en órbita polar sólo con la lanzadera. Lo más probable es que cayese a Isla Azul a mitad del desmontaje, y entonces nos iba a pasar lo que le pasó a Magallanes en Mactán o al Capitán Cook en Hawai (que los mataron), y además los trajes de astronauta aún olían bastante. Así que decidimos organizar una agencia de viajes con la lanzadera. Además, así conoceríamos mejor el planeta.

Al principio, la agencia funcionó muy bien. Viajamos por todo el planeta llevando a grupos a visitar distintos montes, ríos, selvas, playas, los casquetes polares, y también sitios quizás menos interesantes geográficamente, pero dónde también eran frecuentes los casquetes. En fin, paraísos de todo tipo. Incluso fuimos ampliando la oferta de servicios e incluimos primero un catering y luego el todo-incluido con la típica pulserita en la muñeca.

Pero cuando empezamos a explorar la posibilidad de establecer contratos con ciertos bares-restaurantes y casas rurales en distintos puntos del planeta, nos visitó el Secretario del Presidente de la Región Autónoma.

El Secretario vestía muy formalmente (ya habíamos aprendido bastante sobre las costumbres del planeta) y llevaba perfectamente anudada la corbata en la coleta de su pelo, y ambas elegantemente dispuestas sobre su hombro izquierdo.

Primero me fijé en el buen gusto que había tenido al seleccionar la corbata, que no sólo hacía juego con su túnica, si no también con las distintas tonalidades de su coleta, variando del violeta al verde botella con gran naturalidad, y le felicité por su elegancia.

Pero, después me dí cuenta de otra cosa, y me quedé pálido y casi sin habla. Anita, a mi lado, estaba haciendo algún comentario educado y cordial de saludo, pero aún no se había dado cuenta de ese otro detalle.

Los islazulinos tienen pocos defectos, pero quizás, el principal que tienen es su sinceridad. Y eso, para un humano, es muy desagradable. Nunca están dispuestos a engañar a nadie; y si no se engañan entre ellos, menos aún a un extraislazulino.

Por ello, al notar que el Secretario llevaba la corbata (y la coleta) apoyada en el hombro izquierdo, recordé que era un símbolo y un aviso para prevenirnos de que venían muy malas noticias.

Nos sentamos (bueno el Secretario se sentó al modo local, pero eso ya lo contaré otro día) y nos dio el mensaje que había venido a contarnos.

- Vuestra agencia de viajes va muy bien y os felicito. Siempre conseguís estar en el techo de crédito de vuestras tarjetas. Pero eso nos crea algunos problemas en la Región Autónoma. El turismo interior se resiente. Y la reelección de nuestro Presidente está muy complicada. Y eso no nos gusta.

Hizo un silencio que sólo se quebró por el ruido de Anita que se removía sobre su silla temblando visiblemente. Yo no lo hacía visiblemente, pero casi. Y usé el GIT para asegurarme de que lo entendía todo bien.

- ¿Nos está pidiendo que dejemos el negocio?

- ¡No, por favor! Eso no sería ético – y sonrió, lo que me dio más miedo aún -. Sólo tengo una propuesta alternativa que creo que puede ser interesante para ambas partes.

- Por supuesto estamos deseosos de escucharla.

- Es fácil de entender. Queremos la dedicación exclusiva de su lanzadera a actividades dentro de nuestra Región Autónoma, o que interesen a nuestra Región. Hay que estudiar los detalles: quizás traslado de jubilados a nuestras hermosas playas; algunos vuelos concretos de grupos de turistas desde otras regiones que autoricemos previamente; de vez en cuando excursiones programadas por el Gobierno Regional; y, por supuesto, los traslados del Presidente.

- Pero eso, bueno…, no estoy seguro que sea rentable.

La sonrisa que puso el Secretario fue más amplia que la del gato de Cheshire.

- Lo haremos rentable, eso no es problema. Mañana empezamos las negociaciones. Y podríamos renombrar la compañía como MarsAns.

- ¿Cómo?

- Mars por el planeta ese de cerca de vuestra Tierra y que se parece algo al nuestro, y Ans significa colega en islazulí.

Y se levantó y marchó.

Al final las negociaciones llegaron a buen puerto, o a buen aeropuerto, ya que hablábamos de la lanzadera. Nos aseguraron a Anita y a mí el tope de crédito para los siguientes años, a través de una concesión perpetua, y nos permitieron contratar a cuatro nuevos tripulantes, de modo que no tuviésemos que pasarnos toda la vida llevando jubilados a nuestras hermosas playas. El turismo local mejoró y el Presidente resultó reelegido.

Al final, Anita y yo teníamos mucho más tiempo libre y así encontramos a nuestras respectivas parejas, que es algo que aún os tengo que contar.

Pero como le dijo la Duquesa a Alicia en el País de las Maravillas: “Todo tiene una moraleja, sólo hace falta saber encontrarla”; o, como le dijo después: “Nunca imagines ser diferente de lo que a los demás pudieras parecer o hubieses parecido ser si les hubiera parecido que no fueses lo que eres”.

No sé si me explico.

Aeronáutica

Anita se casó con Armando. Bueno, en su idioma no se llamaba así, pero como siempre nos ayudaba a armar o desarmar alguna pieza de la lanzadera, pues eso, le quedó el nombre. El tío era muy listo y aprendió a hacer tuercas Maelstrom y tornillos Trondheim, con una extraña máquina, combinación de torno-fresadora, que tenían en una trefilería local.

El problema estaba en que la máquina rara era una InterSiemens. Y los de InterSiemens son algo…; bueno, no voy a decir gilipollas, pero como si fuesen alemanes. Y si desarrollabas algo nuevo con sus máquinas te exigían la patente.

Así que mantuvimos en secreto que podíamos hacer las tuercas y los tornillos. Y además coincidió que por esas fechas yo me ligué a una islazulina (pero que no tenía ni el pelo ni los ojos azules) que era ingeniera aeronáutica.

No sé si dije ya que en Isla Azul no había aviones, por eso nuestro negocio de la lanzadera era tan provechoso para la Región Autónoma. Vamos, que no tenían ni idea de cómo levantarse sobre el suelo ni colgados de una cometa (ni siquiera existe la palabra cometa en islazulí; ya pensando en ello, si no existe la palabra cometa, es normal que no exista la palabra dios).

Así que la ingeniería aeronáutica era una carrera que te proporcionaba cultura y distinción, aunque no te sirviese para nada después. Como estudiar Filosofía y Letras en la época de Franco, que era más chic que estudiar Corte y Confección.

La chica se llamaba de un modo muy raro en islazulí, así que le pusimos Urania, hija de Zeus y la menor de todas las musas y encargada de la astronomía según el mito griego de la Tierra. Además, como según los griegos antiguos la musa siempre iba vestida de azul, pues,… bueno, tampoco fue tanto esfuerzo ponerle el nombre.

Resultó que la relación entre Urania y yo fue creciendo, sobre todo cuando ella empezó a diseñar una nueva lanzadera a partir de la nuestra, que utilizaba las tuercas Maelstrom y los tornillos Trondheim. Cuando comprobé sus diseños, aunque yo no tenía ni idea, me pareció que era mejor que la nuestra.

Y tomé dos decisiones drásticas. La primera fue decidir que construiríamos su lanzadera y la probaríamos. Urania se echó a mis brazos y se sintió más feliz que nunca, ya que por fin veía realizada su vocación (cosa que no le ha pasado a nadie que haya estudiado Filosofía y Letras en la época de Franco, por ejemplo).

La segunda aún fue más drástica: le pedí que se casase conmigo. Y, sorprendentemente, aceptó.

Mantuvimos en secreto la construcción de la nueva lanzadera de Urania por varios motivos. Primero, por si nos pillaban los de InterSiemens con los tornillos y las tuercas. Segundo, por si se enteraba el Gobierno Autonómico y nos la quitaba. Tercero, por si se mosqueaban los de Azul-BriCor, que era donde comprábamos las piezas del casco poco a poco, diciendo que eran para reparar nuestra lanzadera “oficial”.

El proceso llevó varios años, que aprovechamos para generar descendencia, al tiempo que, sobre todo, disfrutábamos de los momentos en los que la intentábamos generar. Y finalmente, tras los sofocones relativos al punto anterior, y los relativos a las primeras pruebas de vuelo que salieron muy bien (al igual que los intentos de generar descendencia), Anita, Urania, Armando y yo, junto con nuestras proles, estábamos listos para abandonar Isla Azul.

Pero antes había que tomar precauciones. Y planificar la secuencia de salida.

Así que pedí una audiencia con el Presidente, que me fue concedida una semana más tarde. Pero quién me recibió fue el Secretario. De todos modos, no me importaba.

El Secretario estaba sentado al modo local (¡joder!, se me había olvidado describirlo antes), o sea, con los pies encima de la mesa a lo Bush-Aznar. Cortésmente le pedí disculpas por la intromisión en sus altos asuntos, aunque básicamente estaba hablando a sus botas, que era lo único que yo veía. Después le expliqué que necesitábamos realizar una revisión general en la lanzadera porque se había estropeado la trócola, pieza fundamental para la seguridad de la navegación, y que, en consecuencia, deberíamos suspender los vuelos durante una semana.

El Secretario saltó de la silla, con lo cual vi su cara de cabreo (se había puesto azul) y me echó una bronca de la leche, pero me mantuve firme y repetí la palabra seguridad unas veinte veces. Al final cedió y me mando a…, antes de echarme de su despacho.

Mientras volvía hacia nuestra nueva lanzadera, sonriendo porque que Armando ya habría quitado todas las tuercas Maelstrom y los tornillos Trondheim de la “vieja” lanzadera, me sentí feliz y liberado. Estaba del Gobierno Autonómico hasta las pelotas.

Subimos con toda la prole a la nueva lanzadera. Y llegamos al cohete. Desmontamos la lanzadera y encendí los Tremp-900, que, curiosamente, arrancaron sin problema.

Según avanzábamos hacia el espacio profundo, con Urania a mi lado (con el cinturón bien abrochado), sentí algo de nostalgia al dejar Isla Azul a babor.

JL Llorente

jueves, 9 de mayo de 2013

“La Fea”, 1961


Cuando me enrolé en “La Fea”, un palangrero que costeaba el Cantábrico, desplegando las líneas madres, con sus boyas y sus veinte o veinticinco brazoladas por línea, y recogiéndolas unos días después, cargadas de merluzas, me sentí muy a gusto. No es lo mismo navegar en el Cantábrico que en Gran Sol, aunque mi mar materno tampoco es un lago de aguas tranquilas. Pero eran muchas las ventajas: volvíamos a puerto todas las semanas; y a nuestros puertos: Pasajes o Bermeo, Santurce, Castro o Santoña, Santander, Gijón, Avilés o Navia, y hasta Burela o Viveiro; pero nunca pasábamos Estaca de Bares por el oeste ni la frontera de Hondarribia por el este. Volver a nuestros puertos, a nuestras costumbres, a nuestras comidas, aunque sólo fuese por unas horas por semana, era un lujo al que no estaba acostumbrado.

Había más ventajas. En esas recaladas en puerto podía enviar cartas a la familia, y aunque no podía recibir las respuestas, me sentía más próximo a ellos. Además, casi una vez al mes, entrábamos en mi puerto, y el patrón me dejaba unas horas de más para ver a la familia. Y os puedo asegurar que hacía todo lo posible en esas pocas horas por reforzar nuestra unión y a ser posible expandir mis genes.

Pero la gran ventaja de “La Fea” era la tripulación. El patrón era un gran tío. Veterano de muchos mares, hasta de alguna guerra, pues estuvo de joven en la Armada, aunque de eso nunca hablaba. El patrón organizaba el trabajo del modo más eficiente y moderaba los roces que los cuatro marineros, inevitablemente, teníamos de cuando en cuando. Yo creo que gracias a él los cuatro nos terminamos haciendo amigos en poco tiempo, aunque éramos muy distintos.

Benito era el más fuerte, y no sólo físicamente, si no también de carácter. Era un líder natural, que asumía el mando de las faenas sin falta de que el patrón le dijese que empezase. Y los demás le seguíamos.

Joselu era muy inteligente y habilidoso; sobre todo haciendo nudos. No sólo empataba cabos o anzuelos a la perfección, o zafaba las cocas enredadas de las brazoladas con habilidad, si no que, de cuando en cuando, sugería algunas mejoras en el aparejo tradicional. Y que normalmente funcionaban mejor.

Jose era sobre todo constante. Todo lo hacía bien, pero sobre todo, lo hacía completo y acabado. Por su capacidad de perfeccionismo le terminaban asignado las tareas más pesadas, las que a los demás menos nos gustaban, como el estibo de las artes. Pero su constancia hacía que todos le apreciásemos especialmente, y le teníamos un respeto mayor. Ni siquiera Benito, que a Joselu y a mí nos gritaba cuando cometíamos un error, levantaba la voz cuando se dirigía a Jose.

Yo era el más inútil de los cuatro, aunque fuese el más veterano en el mar, salvo el patrón, y el único que había estado en Gran Sol y además era el motorista, lo que en cierto modo me igualaba un poco con mis compañeros. Y Benito me asignaba normalmente las tareas más simples de la faena cuando no tenía trabajo con mis máquinas, como la selección del pescado o la limpieza y despeje de la cubierta.

No es que cada uno hiciésemos una sola cosa. Todos participábamos en todas las tareas de la faena, o de la maniobra, y también mis compañeros me ayudaban en las máquinas, pero había siempre un responsable de completar cada una de ellas.

El doce de julio, a media noche, cuando acabábamos de soltar una línea a sesenta millas al norte del cabo de Peñas, el cielo se empezó a cubrirse y la mar a levantarse. Venía una galerna. El patrón estuvo unos minutos mirando el cielo y puso mal gesto.

- Vamos a tirar para tierra por si acaso. ¡Despejar la cubierta y asegurar todo!

Cuando acabamos ya estaban lloviendo unos fríos goterones, el viento había subido a veinticinco nudos y había una ola de viento del noroeste de más de tres metros. El patrón puso al máximo los motores, pero no daban más de siete nudos con mar llana. Y el turbón venía más rápido y la mar se levantaba cada vez más.

No eran las seis de la de la mañana cuando la turbonada nos cogió de golpe. Los goterones de lluvia resonaban en cubierta como una ametralladora; el viento nos dejaba sordos; y las olas crecían cada vez más. Finalmente, una ola cruzada nos volcó y nos encontramos todos en el agua.

Cuando caes al agua desde un barco de pesca, lo primero que tienes que hacer es quitarte las botas. Las botas de agua, que te protegen de la humedad, del frío y de los golpes en cubierta, son tu peor enemigo en el agua, porque bajan tu centro de flotación más de diez centímetros. Es muy jodido mantenerse nadando con mar gruesa, pero con las botas es imposible. Por ello eso es lo primero que hice, aún antes de intentar salir a la superficie y respirar.

Cuando salí vi cerca a Joselu y a Jose, y un poco más lejos a Benito, que tenía más dificultades para mantenerse a flote. Le grité que se quitase las botas, y poco después nos agrupamos nadando los cuatro. Luego nos pusimos a buscar al patrón entre la espuma de las crestas rompientes de las olas. Pero no le vimos. Y tampoco a “La Fea”, que debía haberse hundido.

Sí que vimos algunos restos del barco. Varias cajas de madera para colocar el pescado, que yo no debía haber asegurado bien, estaban flotando cerca y nadamos hacia ellas, y también algunos cabos. Nunca me alegré tanto de mi propia inutilidad.

Juntamos todas las cajas y las atamos con los cabos, formando una pequeña balsa y nos subimos a ella. Las olas seguían agitándonos y manteníamos las piernas todo el tiempo bajo el agua. De vez en cuando algún rozión caía sobre nosotros, pero asidos a los cabos y agarrándonos unos a otros, manteníamos la estabilidad sentados sobre la balsa.

El turbón cesó tan rápidamente como había llegado, y tres horas después, la mar estaba casi llana, con viento del noroeste rolando al norte y amainando. A la vez, las olas bajaban de altura y la balsa se hacía cada vez más estable.

Recogimos algunas cajas más y las partimos para hacer una especie de remos. Y también más cabos para hacer varios estrobos para los remos y fijar un timón.

E intentamos remar hacia el sur, hacia tierra. Pero el viento cambió de nuevo y salió un este-nordeste que nos empujaba al oeste de Peñas, pero nos alejaba de tierra. Y en ese momento empezaron los problemas entre nosotros.

Sin patrón, Benito había asumido el mando y empezó a animarnos con que estábamos ya seguros y que no debíamos preocuparnos. Alguien nos vendría a rescatar antes o después. Durante algunas horas le hicimos caso y nos mantuvimos tranquilos. Pero luego vimos los restos de otro pesquero.

Se había partido por la mitad y sólo la proa seguía flotando. Nos acercamos a él, y Joselu saltó a los restos del barco y cogió más madera y cabos para reforzar nuestra balsa. También recuperó un par de bicheros. Con todo ese nuevo material reforzamos la balsa y mejoramos su flotación con lo que ya podíamos estar en seco todo el tiempo.

Entonces Benito nos dijo que nos tranquilizásemos, que allí, junto a los restos del otro pesquero, nos localizarían en seguida. Que sólo era cuestión de tiempo. Y a Jose y a mi nos pareció bien, pero a Joselu no.

Joselu volvió a saltar a la proa semihundida del pesquero y empezó a arrancar más tablas de la amura de babor y a construir una nueva balsa. Se hizo también un remo y un pequeño timón, que trincó a la vía, y nos dijo que nos dejaba. Que se iba a tierra.

Antes de que pudiéramos reaccionar ya estaba suficientemente lejos.

Seguimos junto a los restos del otro pesquero, hasta que finalmente se hundió. Benito seguía diciéndonos que estuviésemos tranquilos, pero Jose y yo cada vez lo estábamos menos. Volvía a llover y estábamos fríos, húmedos y, sobre todo hambrientos.

Finalmente, le exigimos (por decirlo finamente) a Benito navegar hacia tierra, aunque nos dejásemos las pocas fuerzas que nos quedaban remando con unas tablas. Y él se negó. Entonces Jose cortó unos cabos y nuestra balsa se convirtió en dos: la de Benito, y la nuestra.

- ¡Sois gilipollas! - Eso fue lo último que nos dijo mientras Jose remaba y yo trincaba el timón antes de coger el otro remo.

Jose y yo remamos durante un día entero. Primero remábamos los dos, luego por turnos. Nos llovió casi todo el tiempo. Pero el viento era del noroeste de nuevo, y también había mar de fondo que nos empujaba hacia la costa.

Debió de ser por la tarde del catorce de julio cuando empezamos a ver tierra, pero a la vez se volvía a levantar la mar y las olas ya eran de dos metros. Era mar de fondo del noroeste, no olas de viento. De baja frecuencia y sin crestas, pero que impulsaba la balsa con tanta fuerza como si tuviésemos una vela. Metí el timón a estribor y Jose se puso a remar por babor, alejándonos del cabo y buscando una cala.

¡Y la encontramos! Era una cala cerrada, con fuertes rompientes y, lo que es peor, dos grupos de rocas a la entrada, que nunca llegué a saber que se llamaban las Prietas unas y las Negras otras.

Y entonces, de pronto y sin avisar, Jose dejó el remo y se lanzó al agua y nadó con las pocas fuerzas que le quedaban hacia la orilla. Le grité para que volviese y me ayudase a maniobrar la balsa, pero no me hizo caso. No sé si no me oía o no quería oírme. Le perdí de vista cuando llegó a la primera rompiente.

Intenté trincar el timón y coger el remo, pero antes de que lo consiguiese, la balsa chocó contra el islote de las Negras y se partió definitivamente.

Mientras me ahogaba me dio tiempo a pensar en como se había disuelto nuestra tripulación y de lo efímera que había sido nuestra amistad. De como había desaparecido ante las dificultades. También me dio tiempo a recordar que todos habíamos sentido preocupación, pero ninguno pesar, cuando dimos por perdido al patrón.

Hasta me dio tiempo para extrañar mis botas de agua, que había comprado en Irlanda, cuando faenaba en Gran Sol.

Menos mal que nunca supe que me había ahogado en la playa de Verdicio, …como quien dice, al lado de casa.

(Basado en hechos reales que se pueden consultar en “La galerna de 1961” de Hixinio Puentes Novo, Laverde Ediciones.

La tripulación de "La Fea" estaba compuesta por José Uriarte, patrón, de Bilbao; Fidel Santiago Marfagón, motorista; Benito Tarzón Llata; José Viña Morán; y José Luis Santiago Madariaga. Toda la tripulación desapareció.)

Pero lo aquí contado apenas tiene relación con la tragedia de 1961, si no con el comportamiento humano que también se da tierra adentro.

JL Llorente