martes, 28 de mayo de 2013

Siempre he preferido a Lillith

Eva, desde el principio, y nunca mejor dicho, siempre me pareció algo ñoña, hasta que un día le dio por coger una manzana y la lió parda. Pero tampoco eso se le ocurrió a ella sola, porque tuvo que ser una serpiente la que la indujese a hacer algo más que correr (con o sin pronominal) por el jardín del Paraíso.

Y no creo en absoluto las maledicencias que han perseguido a Lillith durante miles de años. Y que la hemos convertido, con el tiempo y entre todos, en el mayor demonio femenino, mientras que Eva representa de algún modo la pureza, aunque fuese más tonta.

De todos modos, tengo que reconocer que la vida conyugal de Adán con Lillith tuvo que ser más complicada que con su segunda esposa, aunque seguramente fuese más interesante. Y Adán, que en su primer matrimonio hizo el capullo, lo repitió en el segundo con la manzana. Y me permitiréis que no describa los detalles del primer error, que no son aptos para menores, porque los podéis leer mejor en un Antiguo Testamento que no sea católico (y en caso de apuro recurrid a la Wiki).

Yo creo que Adán era tan tonto como que podría haber abierto una Academia de la Estupidez, como una inversión (en el sentido geométrico) de la de Academia de Atenas, y que tendría un gran éxito hoy en día, pero por entonces no había población suficiente para que fuese rentable.

Y así, el pobre Adán, tan pobre de espíritu como yo, se quedó con cara de tonto cuando Lillith le dejó tirado. Y la cara de tonto no se le quitó nunca. Sólo hace falta ver, en el fresco de Masaccio de Santa Maria del Carmine como la esconde por vergüenza, mientras no esconde otras vergüenzas peores. Y me refiero al fresco una vez restaurado.

Y el problema de la estupidez de Adán es que estropeó no sólo una gran experiencia personal, si no todo el futuro de la humanidad. Aparte de que seguramente su vida hubiese sido más feliz, también que probablemente sus hijos con Lillith no se hubiesen matado entre ellos, y nuestro mundo actual sería algo mejor.

Pero no soy yo nadie para juzgarle.

Porque de vez en cuando, y digo de vez en cuando, también cometo errores tremendos.

JL Llorente

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