Una vez que me di cuenta de que iba a fracasar, de nuevo, hice
un brindis al sol, pero no me sirvió de nada. Toda la plaza que tenía a mi
alrededor se me echó encima y me llamó de todo menos guapo. El problema era que
en la plaza estaban presentes familia y amigos, compañeros de diversos momentos y
vecinos, y también lejanos conocidos, pero cuya consideración también me
importaba.
Un brindis al sol, tratando de ganarme al menos a la mitad
de la plaza, para que la vergüenza que ya estaba sintiendo no se agrandase. Un
brindis al sol, para reducir las miserias que estaban por llegarme. Un brindis
al sol que no fue más que otro gesto inane.
Cuando llegaron la cornada y el revolcón apenas los sentí. Y
cuando, horas más tarde, en la enfermería, me dijeron que había tenido mucha
suerte y que apenas había sido nada, fue cuando sentí más pesar. Mi brindis
al sol no había servido de nada, ya que en todos los periódicos se me dio por
acabado. Y me refiero a acabado como torero.
Casi hubiese sido mejor que me diesen por acabado como
persona. Y habrían acertado, aunque no estaba muerto.
Pero pedirles que escribiesen eso sería como hacer otro
brindis al sol. Y ya no estaba dispuesto a avergonzarme más en público.
JL Llorente
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