domingo, 5 de mayo de 2013

Ni en dios, ni en el diablo


Yo no creo en dios, ni en el diablo, pero aún creo menos, si eso es posible, en la bondad humana. Y eso es porque no conozco a ninguna persona estricta y permanentemente buena.

Por supuesto, hay individuos que actúan bien la mayor parte del tiempo; lo mismo que hay otros que lo hacen muy pocas veces.

Pero, lo mismo que hasta el más pérfido actúa con bondad alguna vez, los “buenos” también alguna vez mienten, dañan, ofenden, roban o matan, sea en forma real o metafórica.

Conocí una vez a un hombre que destacaba por su bondad. Era patrón de pesca en un arrastrero en Gran Sol, barco en el que estuve enrolado un par de mareas.

En esa época era común que el barco tuviese un capitán, el patrón de navegación, y un segundo patrón de pesca, que dirigía la faena. Yo estaba en el barco como mecánico pero también tenía que ayudar en la faena, sobre todo cuando que teníamos que recoger las redes cargadas de lenguados (y muchas otras cosas), y seleccionar el pescado, y meterlo en las neveras.

Si Víctor, el primer patrón, era duro, seco y rígido, no sólo en las formas si no también en el fondo, Íñigo, el patrón de pesca, era una gran persona. Nos enseñaba a manejar las artes y nos corregía sin aspavientos, y nos hacía a todos ser mejores marineros cada día. Aunque tenía sus cabreos cuando hacíamos algo mal, era capaz de controlar su enfado sin ser agresivo.

No era como Víctor, para el cual un mínimo error en una maniobra no era perdonable.

Pero, como dije antes, no creo en la bondad humana, ni creo que exista; o, al menos, que pueda mantenerse en el tiempo.

Un día de mucha mar, cuando estábamos recogiendo las redes, la rueda de estribor se atoró. Paquito, un grumete de primer año, intentó zafarla y al forzar el cabo éste se rompió. Con el cabo suelto, la red se abrió y perdimos todas las capturas.

Entonces, Íñigo se fue hacia Paquito, pero en ese momento una ola golpeó el costado de babor y escoró el barco. Íñigo chocó contra Paquito y le golpeó con el hombro. Y Paquito cayó por la borda de estribor.

Al entrar en el seno de la siguiente ola las hélices casi partieron a Paquito por la mitad, porque a Víctor no le había dado tiempo a virar.

Tardamos casi una hora en recoger el cuerpo de Paquito, reparar la red de arrastre y volver a faenar. Durante todo ese tiempo Íñigo estuvo muy serio y su cara estaba pálida, casi diría angustiada.

Pero cuando recogimos las redes la siguiente vez, con unas capturas muy buenas, le oí susurrar:

- Ese chaval, en todo caso, no valía.

Al desembarcar decidí no volver a embarcar nunca en ese pesquero y seguir sin creer ni en dios ni en el diablo.

JL Llorente

No hay comentarios:

Publicar un comentario