- ¿Sabes a lo que más miedo tengo?
Fernando miró a Carlos sorprendido y casi balbuceó al
responderle.
- ¿Pero tu tienes miedo a algo? Quiero decir, tú, que has
hecho las cosas más raras del mundo y las más arriesgadas. Que has sido piloto
de carreras o que has navegado cruzando el Atlántico. Y aún me acuerdo de la época
en la que te dio por la escalada y casi te matas en los Alpes. No me puedo
imaginar que tengas miedos, salvo que sea a las arañas, y aún así lo dudaría.
Carlos se rió y se inclinó sobre la mesa sobre la que
estaban tomando el café.
- En parte tienes razón. Y sí, he hecho todas esas cosas que
mencionas, y también algunas más, quizás más peligrosas. Pero esas últimas me
las reservo para mí, porque ni mis mejores amigos, como eres tú, podéis tener
acceso a toda mi vida. De todos modos, y para ser conciso, los deportes de
riesgo que he practicado sólo suponen, como mucho, la muerte; y a menudo una
muerte rápida y muchas veces limpia.
- ¿Limpia?
- Limpia como una patena. O como se supone que debe de estar
limpia la patena donde se ponen las hostias. Pero volvamos a lo nuestro, o a lo
mío, o a las muertes limpias. Un choque en una carrera, un alud en una montaña,
o una borrasca imprevista, sólo pueden matarte. Sin más. Y hay muchas muertes peores.
Carlos se recostó en el sillón y aspiró el humo de su
cigarro. Fernando también hizo lo mismo mientras intentaba imaginar sobre de qué
estaban hablando.
- Es decir, que no es la muerte en sí lo que te da miedo. A
ver si voy centrando el tiro, aunque no es la mejor expresión en este caso y no
trato de hacer un chiste. Pero es que me siento algo perdido.
- Por supuesto que no tengo ningún miedo a la muerte. ¡Faltaría
más! Y por supuesto que tengo miedo a los matices asociados a la muerte, y en
concreto, y por lo que me implica, de la mía.
- ¡Joder! Ya no entiendo nada de nada. A ver si sentamos
algunas bases. No tienes miedo a morirte y lo has demostrado mil veces con
todas las gilipolleces que has hecho durante toda tu vida. Y ahora me vienes con
que sí tienes miedo a los matices, que ya me explicarás que son, de tu muerte.
Quizás el tonto soy yo, pero, lo siento, me he perdido de nuevo. No entiendo
que la muerte tenga matices.
Carlos apagó el cigarro en el cenicero antes de contestar.
- Creo que has entendido la base del discurso, pero no los matices.
Y los aspectos, los matices, las percepciones o las perspectivas, llámalos como
quieras, son muy importantes. Ya sabes que el diablo está en los detalles. Voy
a explicártelo con ejemplos. Si mueres ahogado, o despeñado o en un choque en
una carrera, tu cuerpo muerto mantiene, por decirlo así, una pose digna y
respetable. No importa tanto el cómo has muerto ni el grado de podredumbre del
cadáver. No importa si está hinchado por ahogarse y parcialmente comido por los
peces, pálido y rígido por la congelación en la nieve, o simplemente calcinado
por el choque frontal que incendió el vehículo. Son muertes dignas y con cadáveres
dignos. Hasta una muerte vulgar como la que te produce un infarto cuando paseas
por un parque es digna y respetada. Y aún diría más claramente, es una muerte
soportable. Pero hay otras que no lo son y a esas son a las que temo.
A Fernando le costó algunos segundos contestar y sólo lo
consiguió tras un gran esfuerzo.
- Empiezo a entender de qué hablas con tus matices de la
muerte. No es que comparta tus ideas, pero por lo menos las empiezo a entender.
Sin embargo, me gustaría recapitular un poco. Si te he entendido bien, y por
simplificar, no tienes miedo a morir, si no a cómo mueres. Y el cómo es a lo que tú
llamas matices. Pero morir sólo se muere una vez, y no intento hacer otra broma.
Entonces, una vez muerto ¿qué te importa cómo haya sido?
Carlos encendió otro cigarro antes de contestar y volvió a
recostarse, y también a sonreír.
- En las ocasiones importantes, las formas también son
importantes: bodas, bautizos, actos del ayuntamiento o fiestas nacionales. Todo
el mundo va endomingado (me encanta esta palabra porque es autorreferente) para
la ocasión. Y la segunda más importante ocasión, evento, suceso o cómo quieras
llamarlo, de la vida de una persona es su muerte. La primera es su nacimiento,
pero el individuo no está en ese momento en condiciones de apreciarla. Sin
embargo, cualquier persona es capaz de planificar y definir su muerte, en mayor
o menor grado. La prueba es que los notarios llevan siglos redactando
testamentos. Pero me estoy extendiendo demasiado.
Después de echar otra calada al cigarro y beber un sorbo de
café continuó.
- Vuelvo al principio. Y te lo digo a ti que eres mi mejor
amigo. Lo que tengo miedo es a los matices de mi muerte. Y hay días que tengo
verdaderas pesadillas.
- ¿Quieres contármelas, o son demasiado personales?
- Sólo te contaré una, pero que es la más recurrente. Sueño
que me resbalo en la ducha y me desnuco. Un par de horas después alguien entra
en el baño, no sé si mi mujer, alguno de mis hijos o la chica que limpia la
casa, y me ve y grita. Después llegan médicos, supongo, y policías. No me
entero del todo, ya que se supone que estoy muerto, pero me sigue dando vergüenza
que un montón de gente me vea tendido desnudo sobre la bañera. Sobre todo ahora
con este cuerpo viejo que tengo.
- Es un mal sueño de verdad: soñar tu muerte.
- Sigues sin entender nada. La importancia está en los
matices. Soñar que mueres no es un problema. De hecho el cerebro tiene un
mecanismo automático por el que te despierta bruscamente si estás soñando una
situación límite. Nadie puede verse a sí mismo muerto del todo en su propio
sueño. Pero sí puede sentirse avergonzado profundamente por un sueño. Y para
eso no hay un mecanismo. Y cuando se repite y se repite….
Fernando encendió un cigarro y tomó un sorbo de café.
- ¿Has pensado en consultar con un médico?
- Sí, pero lo he descartado.
- ¿Entonces?
- He pensado en recurrir a mis amigos y en concreto a ti. Ya
te he explicado el problema y creo que ya has deducido la única solución. En el
aparador que hay junto a la pared hay una pistola cargada. Como ves, encima del
aparador hay una pequeña toalla que puedes poner sobre mi cabeza para que sea menos desagradable para tí. La pistola
puedes arrojarla al canal que pasa por delante de casa y nadie sabrá que has
estado aquí esta noche. Ni siquiera tu mujer; también de eso me he asegurado,
haciéndole una llamada mientras venías. Y deja las luces encendidas.
- ¿Me estás pidiendo que te mate?
- Es una cuestión de matices, pero yo lo describiría mejor
como que te estoy pidiendo un favor.
JL Llorente
No hay comentarios:
Publicar un comentario